ARTÍCULO DE REVISIÓN

doi: 10.24142/raju.v13n27a11

 

LA JUVENTUD UNIVERSITARIA Y SU PARTICIPACIÓN POLÍTICA: PESQUISA LATINOAMERICANA SOBRE LOS SENTIMIENTOS POLÍTICOS*

 

UNIVERSITY’S YOUTH AND THEIR POLITICAL PARTICIPATION: LATIN AMERICAN RESEARCH ON POLITICAL SENTIMENTS

 

 

 

Carlos Darío Patiño Sociólogo, Universidad de San Buenaventura, Medellín (Colombia). Magíster en Educación Universidad Surcolombiana, Neiva (Colombia) y candidato a Doctor en Psicología Universidad de San Buenaventura. Director de la línea de investigación Contextos y Subjetividades Contemporáneas. Grupo de Estudios Clínicos y Sociales en Psicología. Universidad de San Buenaventura. Correo electrónico: carlos.patino@usbmed.edu.co.

Luisa F. Duque Psicóloga, Universidad de San Buenaventura, Medellín (Colombia). Candidata a Magíster en Filosofía, Universidad de Antioquia, Medellín (Colombia). Docente de la Universidad de San Buenaventura, Medellín. Correo electrónico:luisaduquem@gmail.com.

Juan Pablo Gómez Medina Psicólogo, Universidad de San Buenaventura, Medellín (Colombia). Correo electrónico: pailomirror@gmail.com.

 

Recibido: 20 de septiembre de 2017
Aceptado: 20 de enero de 2018
Publicado el : 31 de diciembre de 2018

 


Resumen

Los sentimientos vividos por los estudiantes universitarios del continente americano, en contextos políticos, median entre la apatía, la desconfianza, el desinterés, la desesperanza, la indignación, la empatía y el entusiasmo. Es necesario comprender cómo son tratados estos sentimientos, cómo emergen, ante cuáles realidades se establecen, en qué situaciones y cómo actúan, además de la lógica con la que se les entiende en América Latina.

Palabras clave: sentimientos, estudiantes universitarios, juventud, participación política, psicología política.


Abstract

The feelings experienced by the university students of the American continent, in political contexts, mediate between apathy, distrust, disinterest, despair, indignation, empathy and enthusiasm. It is necessary to understand how these feelings are treated, how they emerge, which realities are established, in what situations and how they act, in addition to the logic in which they are understood in Latin America.

Key words: Feelings, university students, youth, political participation, political psychology.


1. Introducción
2. Metodología
3. Resultados
4. Los sentimientos apáticos hacia la política: el desánimo y sus formas
5. Los sentimientos de desconfianza: nadie ni nada que represente la tradición
6. Los sentimientos de desinterés y desesperanza: si no cabemos, para qué
7. Los sentimientos de indignación y rechazo: formadores de subjetividades críticas
8.Los sentimientos empáticos: para el apoyo y la acción conjunta
9. El entusiasmo y la alegría: festejando la política
10. Reflexiones finales
Notas
Referencias

 

 

 

1. Introducción

Los estudios sobre jóvenes universitarios han tenido como foco las expectativas de los estudiantes con respecto a la relación enseñanza-aprendizaje, las tipologías de relación alumno-docente y la transición del colegio a la universidad (Cardona, Ramírez y Tamayo, 2011 y Martínez y Vargas, 2000, citados por Murcia, 2008). Otros se han ocupado de los factores que inciden en la elección de la carrera, así como en la adquisición de habilidades y métodos de estudio y su relación con el rendimiento académico y la satisfacción de los estudiantes (Martínez y Vargas, 2000, citados por Murcia, 2008). En la actualidad, parece estar emergiendo un sector que aboga por estudiar a “los jóvenes en tanto estudiantes”, puesto que tradicionalmente se analizaron las prácticas socioculturales y la condición educativa: desempeño escolar y su trayectoria académica (Weiss, 2012). Varios de los estudios tienen la pretensión explícita de revisar la relación entre “ser universitario” y “ser joven” (Arango, 2006; Weiss, 2012 y Acosta, Cubides y Galindo, 2012). Tras la masificación de la educación superior en los países industrializados, la condición juvenil tiende a definirse de manera más acentuada, en términos de la condición estudiantil, sobre todo en el caso de los universitarios (Arango, 2006), aunque no sea el único modo de ser joven. En esta línea, se ha planteado que la producción social del estudiante de secundaria y universitario es la base de la producción social de la juventud (Acosta et al., 2012).

 

No obstante, se parte del supuesto de que la vida universitaria no se restringe a la asistencia a clase y al cumplimiento de los requerimientos académicos, ya que la universidad es sinónimo de libertad (de horarios y uso del tiempo libre) y, por lo mismo, espacio de encuentro con otros para proyectar diversidad de intereses a través de la vinculación a colectivos comunitarios, políticos, académicos, deportivos, religiosos, artísticos, etc. Este proceso, aunado a la búsqueda de formas de agregamiento, tiene diferentes sentidos para los jóvenes. En estos escenarios pueden resolver, con autonomía y libertad, su participación en diferentes grupos y tomar distancia de las estructuras precedentes que aprisionan sus cuerpos.

En la Universidad Nacional de Colombia, como caso, los estudiantes prefieren pertenecer, en primer lugar, a las agrupaciones que tienen una intencionalidad artística, deportiva y recreativa; en segundo lugar, a grupos con una orientación académica y, en último, a las agrupaciones de corte político tradicional (Acosta et al., 2012). Esto lo entienden como otros ámbitos de acción juvenil: defensa pública de unos intereses, reivindicación de otros modos de identidad juvenil, vínculos para encontrarse con los otros, voces desde otros lugares y referentes; todos ámbitos que exigen una comprensión de la(s) realidad(es) que van más allá de la política convencional (Acosta et al., 2012). Ahora bien, no todas las formas de asociacionismo juvenil son “acciones políticas”, depende de los sentidos e intenciones que le correspondan.

Se abre entonces una pregunta: entre todas las opciones de participación social, cultural, artística, comunitaria, religiosa, etc., con sus respectivos sentidos para los jóvenes y en concordancia con sus contextos, ¿qué lugar tiene la participación política?1 Los jóvenes experimentan nuevas y diferentes maneras de aproximarse a lo público (Galindo, Cubides y Acosta, 2010), de definir sus acciones políticas en función de nuevos referentes, modos de organización, formas de incluir su corporalidad y su espiritualidad en las arenas políticas, de darle tintes emocionales a sus acciones (Alvarado, Ramírez, Gómez y Sánchez, 2015), de asumirse como jóvenes (con conciencia de ello) universitarios (de entidades privadas o públicas) que aceptan que en las instituciones de educación superior es donde se forman para la ciudadanía y donde se constituyen como parte de la “conciencia crítica” de la sociedad, y en donde pueden ventilar, con argumentos, los problemas sociales para enfrentarlos con sus alternativas de solución (Robledo y Lozano, 2008). Ahora bien, en este nuevo ciclo, identificado como neoliberal y con tendencias políticas diferentes a las de hace unas décadas (Archila, 2012), ¿qué emocionalidades son las que animan, sostienen, movilizan y quedan entre aquellos que optan por diversos modos de colectivización de sus inquietudes, intereses y actividades políticas?

El presente texto está encaminado al análisis de las formas como se estudian los sentimientos de los estudiantes universitarios en el contexto político, en varios países de América Latina. Dichos estudios, de manera indirecta,2 dan cuenta de cómo los jóvenes universitarios expresan y ponen en acción sus posiciones afectivas respecto a la política y a los gobiernos; a las marchas para hacer oposición a las iniciativas gubernamentales; a las reformas políticas, sociales y educativas, o a los reclamos por los derechos sociales, pues estos ponen en evidencia su rechazo y negatividad hacia la política formal y tradicional.

Se hace perentorio dar cuenta de los modos como, afectivamente, los jóvenes universitarios se plantan políticamente, cómo asumen la política tradicional y las otras formas de construcción política, cómo subjetivan sus experiencias organizativas, sus alianzas, sus rechazos y distancias, su escepticismo y su crítica, cómo se ubican en la dualidad agrado-desagrado y cómo dan cuenta de sus invenciones constantes del hacer político.

Este estudio es valioso pues contribuye a tener una comprensión de cómo son tratados y entendidos los afectos de los jóvenes en relación con sus modos de vivir y entender la política; lo que posibilita saber qué situaciones y realidades se fundamentan estos sentires.

2. Metodología

Primero se identificó la existencia de literatura en ciencias sociales que aludía al eje “política-estudiantes universitarios”; luego, dicha literatura se depuró, excluyendo lo relativo al papel de la universidad en la formación política y lo que atañe al movimiento estudiantil. Se estima que estas categorías particulares merecen estudios aparte, dada la existencia de gran cantidad de material. En el tercer paso se seleccionaron aquellos textos que hicieran referencia a investigaciones realizadas durante los últimos diecisiete años. De esta manera, se seleccionaron treinta y tres informes investigativos. Cada texto fue leído con la intención de escoger aquellos enunciados que dieran cuenta explícita de las conexiones entre sentimientos y acciones políticas. Después de que se clasificaron los segmentos se procedió, por medio del programa Excel, a codificarlos, y gracias a la reducción de datos a establecer las tendencias y las categorías emergentes que den cuenta de las lógicas con las cuales los sentimientos son asociados a fenómenos considerados propios de la política. El objetivo de este proceso fue dar cuenta de cómo los autores han interpretado el papel de los sentimientos en el comportamiento político de los jóvenes, sea que ellos participen activamente o se distancien de los ámbitos políticos.

 

3. Resultados

La compresión de la forma como la comunidad juvenil asume la política se lleva a cabo desde varias perspectivas, según las tradiciones intelectuales. Se adopta la perspectiva arendtiana de la acción (García, Gómez, Londoño y Rincón, 2012 y Lozano y Alvarado, 2011), la perspectiva cognitiva de la identidad (González, Manzi, Cortés, Torres, De Tezanos y Aldunate, 2005), de las actitudes y la acción razonada (Serrano, 2008); la de la acción colectiva y la identidad (Henao, Ocampo, Robledo y Lozano, 2008), la de Habermas, sobre los juicios morales (Quintero, 2007), la sociolingüística (Carreño y Numpaque, 2009) y la de la cultura política (García, 2006; Sautu, Boniolo, Dalle, Elbert y Perugorría, 2005 y Flores y León, 2007); también puede asumirse desde un enfoque narrativo (Pinilla y Muñoz, 2008), desde la teoría de las representaciones sociales (Etchegaray, 2001), desde la mirada de la formación de ciudadanía (Castillo, 2007) e, incluso, a la luz de conceptos como el de participación política (Villegas, 2008; Cortés y Kandel, 2002 y Murga, 2009) o de la subjetividad política (Bonvillani, 2014 y Castillo, 2007).3 En los siguientes apartados se exponen los sentimientos que cobran fuerza en los estudios analizados.

 

4. Los sentimientos apáticos hacia la política: el desánimo y sus formas

La apatía (nombre genérico que se emplea para integrar una constelación de afectos) es un sentir puesto en acción que da cuenta de una de las formas como los jóvenes universitarios asimilan la actividad política. Los estudiosos plantean sus diferentes facetas e implicaciones. Una de ellas es que se expresa como un agravante del deterioro de la relación entre la sociedad y el Estado, pues, según las autoras Henao et al. (2008), la cuestión pública desanima y produce descontento hacia la política. Otras son: la desafección y la no identificación política, lo que cuestiona al sistema político en su conjunto; la incapacidad de las instituciones públicas para mantener la legitimidad del sistema democrático que pretenden sostener, y la crisis de la política formal (González et al., 2005; Pinilla y Muñoz, 2008; Etchegaray, 2001 y Plotno y Lederman, 2009).

Como han observado González et al. (2005), el desencanto dispone a los jóvenes a sacrificar su distintividad política partidista, con el objeto de ser incluidos en grupos que sí los representen, puesto que, como lo entienden estos autores, pueden encontrar en otras colectividades los valores y los ideales con los que se identifican. García et al. (2012) reconocen que los mecanismos partidistas, el voto directo, la confrontación ideológica en la plaza pública y otros mecanismos de participación ciudadana (constitucionales), son insuficientes, además de ineficientes y “aburridos”, y son vistos con desconfianza, malestar y apatía, lo que ellos mismos denominan “política tradicional”.

Cuando a los estudiantes se les indaga por la idea que genera el concepto “política” y su significado, los autores interpretan que la imagen de la política no solo está deteriorada entre los jóvenes universitarios, sino que se refieren a ella de modo despectivo y pesimista (Carreño y Numpaque, 2009). Esta imagen la entienden como producto de un distanciamiento entre la política y los jóvenes universitarios, de la globalización económica. Precisamente, por haber sido utilizados por la maquinaria política, los universitarios adoptan una inmovilidad participativa en las inscripciones electorales (Villegas, 2008). Tal baja en la participación política genera una despolitización de los modos habituales de hacer política y de los partidos tradicionales, no logrando generar programas atrayentes para los jóvenes (Carrasco, 2010), luego de los sucesos pasados en la dictadura militar en Chile.

La crisis de participación estimula nuevas formas de colaboración entre los estudiantes. La pasividad y apatía son contrarrestadas por la emergencia de otras formas de participación políticas, tales como el desprendimiento de las estructuras burocráticas y la lucha por el posicionamiento estratégico de las propuestas de participación y organización, abordando problemas puntuales y específicos (Cortés y Kandel, 2002). Esta mirada proactiva y creadora sobre la apatía política también es pensada por Etchegaray (2001), quien afirma que la apatía es estratégica entre los jóvenes, de modo que así pueden enfrentar el deterioro de las instituciones y a los intermediarios políticos, surgiendo nuevas formas de acción, de participación y de organización social autogestoras, distantes al aparato institucional, entre universitarios, como muestras de una ciudadanía activa. De ahí que la apatía se presenta como nuevos modos de participación política, como instrumento de cambio de los modos tradicionales (Varela, Atairo, y Duarte, 2012 y Carrasco, 2010).

No son pocos quienes respaldan la idea de que muchos jóvenes universitarios re-crean la política en sus significaciones y prácticas, alejándose de las formas tradicionales. Esto tal vez puede permitir entender que “el proceso de constituirse en actores políticos se produce gracias a su organización como colectivos, partiendo de amistades existentes entre sus miembros o de la construcción de vínculos entre ellos” (Henao et al., 2008, p. 864), creando sus propias rutas y propósitos comunes, sus formas organizativas y sus métodos de acción colectiva, acudiendo a la deliberación.

En síntesis, lo que los autores plantean, y en lo que coinciden en cierta forma, es que la apatía es una expresión clara de una crisis que toma forma en el descontento juvenil, con las maneras como han entrado en relación con la sociedad y el Estado, a través del agotamiento de las formas tradicionales de hacer política, que incluye la exclusión de los jóvenes, la distorsión de sus fines, el modo de ejercicio de los poderes y las formas tradicionales de mantener las instituciones. Todo ello, a entender de la tradición de nuestros conocimientos en la materia, se traduce en deterioro de la imagen de la política y en la despolitización de la juventud universitaria. Como puede verse, el razonamiento se orienta a suponer una actitud renovadora de la política por parte de los jóvenes, basándose en sus testimonios. Hay que agregar que también la apatía es entendida como expresión de varios procesos simultáneos que concurren en un periodo de crisis de la política como esfera autónoma: el malestar con la globalización (no se dice que con la lógica de mercado), el rechazo a los valores individualistas y el descontento con la ineficiencia política. A su vez, la apatía se articula con otros sentires, con los que forma una constelación afectiva: la desafección, la no identificación, el desencanto, la pasividad, que resultan de frustraciones, cuestionamientos y sentimientos de exclusión, y que no se agotan en sí mismas, sino que, según el entender de los autores, se transforman, en muchos casos, en la búsqueda de opciones de participación, conformación de otras maneras de organización basadas en lazos de amistad y recreación de los significados y las prácticas de la política. La situación política de la apatía es el deterioro de las relaciones entre ciudadanos (estudiantes universitarios jóvenes) y la política.

 

5. Los sentimientos de desconfianza: nadie ni nada que represente la tradición

Los estudios muestran y tienden a considerar la desconfianza4 como un sentimiento cargado de significados negativos hacia la política (González et al., 2005), la democracia delegativa (Torres y Arué, 2013), el Estado y el parlamento, por su ineficacia, al no actuar como se espera ante la violencia y por no abrir espacios ciudadanos. A los jóvenes universitarios esto les genera un sentimiento de vergüenza pública (Quintero, 2007). La desconfianza, según los estudios, se extiende a las agrupaciones tradicionales (Cortés y Kandel, 2002), a las viejas prácticas autoritarias y su reproducción (Murga, 2009), a los mecanismos legales de participación ciudadana (no agradables para los jóvenes, según García et al. (2012), por su ineficacia), a los instrumentos institucionales (refiriéndose al modo como culminó la Revolución de los pingüinos (Valenzuela, 2013)), a las élites políticas y económicas y sus actividades dirigenciales, con el fin de obtener beneficios personales (Plotno y Lederman, 2009), a la corrupción (Vázquez, Panadero y Rincón, 2006) y los intermediarios (empresas privadas que prestan servicios públicos por contratos con los órganos gubernamentales, medios de comunicación, etc.); y se aumenta ante la falta de eficacia de los órganos políticos, que se refleja, incluso, en las actividades de representación al interior de la institución universitaria (Varela et al., 2012).

Los estudios indican, también, niveles superlativos de desconfianza con respecto a los partidos políticos: “en la actual cultura política juvenil, los procesos institucionales pierden sentido y se construye una visión negativa acerca de la labor de los partidos políticos” (Carrasco, 2010, p. 91), los cuales se fundamentan en que estos no logran canalizar sus intereses. En igual dirección se pronuncia Serrano (2008); según sus datos, a la mayoría de los universitarios encuestados5 no les interesa ser integrantes activos de campañas electorales, debido a la poca confianza que inspiran actualmente los partidos.

Los autores, en general, utilizan una expresión que denota un universo próximo a los objetos políticos de la desconfianza. Hacemos referencia al término “institución” o “institucionalidad”, con el cual aluden a las diferentes instancias del sistema político vigente en los países de estudio (Vázquez et al., 2006 y Lozano y Alvarado, 2011, entre otros). Por ejemplo, las elecciones (municipales, departamentales, nacionales) son cuestionadas bajo el supuesto de que en la actualidad tienden a ser contraproducentes, en cuanto se carece de iniciativas que surjan de los propios movimientos sociales y que cambien la lógica del sistema. “Esta desconfianza en la institucionalidad también se refleja en la sospecha que los estudiantes poseen respecto de dejar la solución al conflicto en manos del poder parlamentario o apoyar las mesas de diálogo como instrumento negociador con el Gobierno” (Valenzuela, 2013, p. 6).

No se pierde de vista, por parte de otros investigadores, la relación entre institucionalidad, eficacia y corrupción: “La percepción de falta de eficacia, junto a la corrupción extendida por los distintos estamentos e instituciones […], parece haber minado la confianza de los estudiantes de psicología en estas instituciones presuntamente orientadas al servicio público” (Vázquez et al., 2006, p. 14).

Lo que tiene como efecto, según el análisis de los investigadores, el distanciamiento ante las acciones políticas formales, al ver que, por la visión administrativa de la política, esta pierde su condición de espacio de relación de ciudadanos y ciudadanas, siendo incluso identificada y calificada por los participantes de las investigaciones como engañosa (Lozano y Alvarado, 2011 y Carreño y Numpaque, 2009). Concepciones que son discutidas por otros planteamientos, que atribuyen dicho distanciamiento como resultado de la ignorancia de los estudiantes:

La desconfianza estudiantil en las formas de representación vigentes no es ajena a la desinformación recogida en nuestras mediciones, en el sentido de que la ignorancia podría ser reveladora del desinterés, de un no sentirse partícipe, de una frustración y un sentimiento de impotencia respecto de las formas de la política universitaria (Naishtat y Toer, 2004, p. 148).

Dado el panorama anterior, Plotno y Lederman (2009) se atreven a plantear que:

Si bien los niveles de desconfianza han disminuido, continúan siendo significativos, y se mantiene la tendencia de confiar en actores que no ocupen posiciones de poder, con los cuales se mantienen relaciones cara a cara, desconfiando en cambio de las élites políticas y económicas (p. 14).

Los autores apuntan a una lógica en la que la desconfianza se dirige a un conjunto de manifestaciones de la política instituida, la misma que se apoya en instituciones condicionadas por sus formalidades, por sus instituciones rígidas, por su control por parte de los partidos políticos, intermediarios, agrupaciones tradicionales, élites y profesionales de la política, por mecanismos legales de participación y con un talante corrupto y autoritario. Todo esto es entendido como “institucionalidad”, la cual es objeto, por parte de los jóvenes universitarios, de desagrado, vergüenza pública, cuestionamientos, sospechas y distanciamiento, dejando de tener sentido para las expectativas de muchos jóvenes. Esta institucionalidad es la forma de una situación que no complace a tantos jóvenes, y dentro de la cual se perciben como distantes para entablar relaciones directas como ciudadanos, cara a cara, para hacer que se canalicen sus intereses e iniciativas, a contrapelo de lo que han venido percibiendo de ella, como es su autoritarismo e ineficacia.

 

6. Los sentimientos de desinterés y desesperanza: si no cabemos, para qué

Si no hay agrado, ni hay confianza, la política convencional desinteresa a los universitarios. Este desinterés es un problema para la sociedad.6

Villegas (2008) describe la sensación de los jóvenes mexicanos al no sentirse integrados a la sociedad en que viven; y Flores y León (2007) coinciden, pues siguiendo los estudios de Alaminos (en Chile) y los de Moran y Benedicto (en España) muestran la existencia de una mayoría de población juvenil indiferente a la política. El desinterés se manifiesta hacia los actos políticos como imágenes corruptas en sus representantes y cambios en el gobierno. Murga (2009) señala una imagen negativa hacia las instituciones y los actores políticos, ya que los jóvenes no se sienten incluidos en la participación política.

De acuerdo a las numerosas encuestas recogidas en los últimos años, el desapego ciudadano de la política (Inglehart, 2001), el bajo interés (Secretaría de Gobernación, 2003), la baja identificación partidista (Flores y Meyenberg, 2000), así como las imágenes corruptas de los funcionarios públicos y dirigentes políticos (Buendía y Moreno, 2005) y la evaluación negativa de las instituciones (por ejemplo Presidencia, Congreso de la Unión, congresos estatales y partidos políticos) y los actores (funcionarios públicos y líderes partidistas), no han contribuido a abrir o ampliar los canales de participación ciudadana (p. 60).

Por su parte, concordando con el diagnóstico de Murga (2009), Varela et al. (2012) afirman que el desinterés de los estudiantes universitarios obedece a la falta de legitimidad en las instituciones políticas y a la baja identificación política-partidaria. Los estudiantes universitarios, según Serrano (2008), se inclinan a otros asuntos diferentes a la política, a situaciones tales como la protección de la naturaleza, entre otros.

En lo que corresponde al desinterés, este constituye la forma del desapego y la baja identificación con esos factores que producen desconfianza y apatía. En efecto, cuando los estudios dan cuenta de este proceso afectivo, circunscriben su presencia y acción como resultado de la combinación de dos procesos políticos, al parecer correspondientes: de un lado el estrechamiento de espacios de participación y decisión, y de otro, la sensación de exclusión que viven, aunado a la deslegitimación institucional y de actores de la política oficial por la corrupción.

Otros estudiosos como Sautu et al. (2005) describen la existencia de una incertidumbre hacia el futuro político debido a la desesperanza hacia la impunidad, que se percibe ante el delito de corrupción, lo que fractura la confianza pública (Pinilla y Muñoz, 2008). Muchos de los motivos que originan estos sentimientos negativos de desesperanza son producto del:

Debilitamiento de los mecanismos de integración tradicional (la escuela y el trabajo centralmente) aunado a la crisis estructural y al descrédito de las instituciones políticas, lo que genera una problemática compleja en la que parecen ganar terreno la conformidad y la desesperanza, ante un destino social que se percibe como inevitable (Castillo, 2007, p. 3).

“La política argentina se convirtió en un mundo de incertidumbres, horizontes de corto plazo y baja confianza mutua” (Plotno y Lederman, 2009, p. 2).

A pesar de que la desesperanza es una sensación en muchos estudiantes: Entre las principales barreras de los jóvenes para convertirse en agentes de cambio [está] la consideración de que no es su responsabilidad ni su problema y, sobre todo, la sensación de incapacidad para ayudar, aspecto tradicionalmente asociado a la desesperanza (Ellis, 2004, citado en Vázquez et al., 2008, p. 552).

No obstante, según la interpretación que les dan a sus hallazgos, la desesperanza no es un factor determinante en el comportamiento electoral (estudiado por los autores), ya que aquellos que tienen alta satisfacción y confianza en el statu quo también presentan desmotivación en el ejercicio del voto.

La interpretación de Serrano va más allá, asignándole una responsabilidad al sujeto juvenil, al señalar que la desmotivación en el ejercicio del voto u otro de participación política es una imagen parcializada de la realidad, pues combina la insatisfacción política con un sentimiento de resignación, basado en la sensación de frustración al considerar sus derechos vulnerados y la incapacidad de ejercer poder político para exigir el cumplimiento de dichos derechos. Esto se refleja en una menor participación colectiva o individual en la política, en un sentimiento de fatalismo y temor al fracaso, debido a la escasez de habilidades cívicas para participar (Serrano, 2008).

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que toda esta gama de sentimientos “no son tan distinguibles en la experiencia particular, lo que nos permite inferir la existencia de estados emocionales complejos e indiferenciados, o inclusive, nos permitiría leer en los entrevistados sentimientos amalgamados, sin fronteras nítidas y con distinciones borrosas” (Estrada, 2012, p. 31).

La desesperanza configura otra constelación de emociones, sentimientos y sensaciones, que incluye desde el temor al fracaso hasta el fatalismo. Si nos atenemos a los planteamientos de los autores estudiados, basados en sus hallazgos, la forma de la situación desesperanzadora se constituye a partir de evaluaciones que los jóvenes envueltos en la desesperanza se forman del entorno político. Este se siente saturado de exclusas para la incidencia. Aparte de que los jóvenes han construido imágenes de descrédito del sistema político y sus instituciones, consideran que las relaciones de poder a las que se enfrentan son casi que invencibles, y sus experiencias de vulneración de derechos parece que lo confirma. Según el modo como los autores entienden el lugar y la constitución de la desesperanza, esta se expresa no solo como un modo de insatisfacción política, sino como una forma que adquiere la sensación de incapacidad política y el subsiguiente acto de desrresponsabilización con los asuntos públicos. De allí se derivaría, según los estudios consultados, una menor participación ciudadana y política por parte de los jóvenes, aunque esto es cuestionado parcialmente por Serrano (2008), según el cual, lo que se entreteje en la desesperanza es una espesura de sensaciones como la frustración, la resignación, la conformidad, además de otros modos de sentir, o de llamar a lo mismo, como el pesimismo, el recelo y la desmotivación.

 

7. Los sentimientos de indignación y rechazo: formadores de subjetividades críticas

Los sentimientos de indignación en los jóvenes universitarios son descritos en las investigaciones, a la par que los de inconformidad e insatisfacción, como influyentes en las posiciones juveniles, dado que, según los autores, llevan a los jóvenes a reaccionar ante la naturaleza formal de la política y las instituciones gubernamentales e incluso universitarias.

No deja de ser llamativo lo que respecto a los hallazgos de su estudio escribe Quintero (2007). La autora afirma que “los temas objeto de conversación con la población de jóvenes universitarios y jóvenes desplazados fueron: […] La indignación y el resentimiento por la indiferencia ante la violencia” (p. 103). Las situaciones de injusticia y agravio llaman a la indignación, a la rabia, al rechazo, al enojo, a actuar por lo que es contrario a lo que debería ser; más en un país como Colombia, en el que la impunidad ha hecho carrera (“Nueve de cada diez asesinatos en Colombia quedan impunes”, 2015).

Inicialmente, Quintero (2007) describe la indignación como una falta de reconocimiento del estatus jurídico de los jóvenes, al ser desvalorizados sus modos de vida por el “síndrome de amenaza”, pues se les niega el aprendizaje moral que se erige en las experiencias propias de desarrollo de sus vidas. Por otra parte, Estrada (2012) hace referencia al sentimiento de indignación ante determinadas situaciones, tales como la corrupción, sentimiento que se produce a partir de la creencia del “deber ser”, una postura acompañada además de un deseo; por lo cual los jóvenes viven la indignación a partir de la percepción de injusticia y desigualdad, acompañados también de sentimientos de resentimiento, culpa y vergüenza.

El planteamiento anterior concuerda con Quintero (2007), quien define la indignación como aquella reacción que se obtiene al ocurrir un agravio contra otra persona y que es objeto de censura, que conlleva sentimientos de resentimiento cuando dicho agravio no es reparado.

Se debe tener presente que la indignación ante la realidad política que describen los jóvenes universitarios viene acompañada por varios sentimientos. Castillo (2007) observa inconformidad por las formas en que se les exige o solicita a los jóvenes participar en política; y desagrado, observado por Lozano y Alvarado (2011), ya que:

Por la repetición de las prácticas políticas clientelistas al privilegiar, por encima de la experiencia, el compromiso y la honestidad, la ocupación de cargos por amistad, por deuda de favores, por el favoritismo; la influencia política o el continuismo familiar de la política (p. 85).

Tales planteamientos enfatizan la existencia de un marco de insatisfacción que se manifiesta, con respecto a lo señalado por Etchegaray (2001), en sentimientos de rechazo de la política. Para el caso de México, debido a las “políticas de ajuste” y privatizaciones políticas por fuera del alcance público, yendo de la mano, según lo observado en Chile, con los compromisos de la “institucionalidad política con el statu quo y su aparente desinterés por generar transformaciones en beneficio de las mayorías” (Valenzuela, 2013, p. 6).

Otra mirada al respecto establece que el rechazo también se dirige hacia las ideologías que imponen formas de ser y de pensar a los jóvenes universitarios, señala Castillo (2007); el rechazo se refleja, igualmente, en las investigaciones de Varela et al. (2012) y en Torres y Arué (2013), hacia los protagonistas y figuras políticas dentro de la política general; y, por último, se mantiene un “rechazo a los partidos políticos tradicionales, incluidos los de la izquierda extraparlamentaria” (Carrasco, 2010, p. 92). El rechazo también es considerado por Galindo et al. (2010) como acuerdo mayoritario al lado del escepticismo de la juventud frente a los aspectos que definen el ejercicio “tradicional de la política”, cuando se hace explícita una comprensión de la política relativa a los políticos tradicionales, a los partidos políticos.

Un afecto próximo a la indignación, tal vez precedente, es el repudio, equivalente del rechazo y, en parte, próximo al asco. Este sentimiento es traído a colación por Torres y Arué (2013) para referirse a lo que sentían los jóvenes universitarios por el ejercicio de actividades dirigenciales que proveen de bienes a sectores socialmente desfavorecidos, con el fin de obtener beneficios personales relacionados con el poder y capital económico.

Por su parte, Fernández (2013), haciendo referencia al movimiento estudiantil #YoSoy132, analiza que los participantes se unían a la indignación a partir la solidaridad política, emocional y moral. La autora, a propósito, no desliga el sentimiento de indignación de otros en la actividad política, como si este sentimiento no fuese suficiente para adoptar una postura de protesta o darle vida a un movimiento social, así este fuese vivido y promovido por las redes sociales.

Retomando lo expuesto, los estudios le asignan a la indignación un carácter articulador, entre las condiciones de la política, percibidas y señaladas por los jóvenes universitarios, y las acciones de rechazo o repudio al respecto. Aunque la indignación se forma en un espacio relacional, que pone a los jóvenes no solo en situación de no reconocimiento público o de agravio moral, ante lo que experimentan, si no de inconformidad, desagrado y desinterés político. También hay que reconocer que los estudios, sin decirlo explícitamente, hacen ver que este sentimiento se constituye en una forma afectiva que produce subjetividades críticas, o al menos deviene de estas. No obstante, y más aún, la indignación se produce entre una expectativa, una consideración ética del deber ser y una percepción de la degradación de la política, que se orienta a satisfacer deseos personalizados y a conservar privilegios de sectores políticos que, al parecer, según los estudios, hacen poco por las injusticias.

 

8.Los sentimientos empáticos: para el apoyo y la acción conjunta

Estos sentimientos se han tratado, al igual que otros, como morales, y han atraído la atención de diferentes estudiosos.7 Los investigadores latinoamericanos los identifican como aquellos que en las comunidades emocionales estudiantiles promueven la toma de decisiones que competen a toda la comunidad, debido a una comprensión mutua impulsada por el sentir empático de sus integrantes a través de las redes sociales (García et al., 2012). Para el caso del movimiento #YoSoy132, que también se valió de las redes, dice Fernández (2013) que entre los participantes se vivía:

Afecto, deseo y necesidad de acompañamiento, desde la simpatía hasta la empatía, el respeto y la valoración, el reconocimiento y la aceptación, la estima y la comprensión. Y estos sentimientos con necesidad de ser comunicados explotaron en la blogósfera y constituyeron, como se dijo, otra acción colectiva (p. 87).

El afecto, como simpatía compartida, aúna esfuerzos, hace de la crítica una plataforma y dispone los cuerpos a la acción.

En dirección similar se reconoce que fomentan un sentimiento de vinculación con los grupos o partidos políticos, debido a la identificación mutua que hay entre los jóvenes y las agrupaciones (Flores y León, 2007). A partir de este sentir, según los mismos autores, se erige un sentimiento de pertenencia, al incluir identificaciones y acciones compartidas, sustentadas en la voluntad hacia el grupo (Flores y León, 2007). En esta lógica es inscrito el sentimiento de acogida, junto con la cohesión, cuando se hace uso de estrategias y herramientas artísticas y simbólicas en el ejercicio de prácticas políticas propias (García et al., 2012). Una valoración que hacen los autores, es que estas acciones no encajan en los modos tradicionales de la política, además, gozan de reconocimiento y legitimidad entre la población juvenil (García et al., 2012). Todos estos sentimientos se encuentran, en conjunto, dentro del sentimiento de protección, que busca la conservación de los intereses propios de los jóvenes, del status quo juvenil e intereses personales de los individuos jóvenes (Quintero, 2007). Sin embargo, en otro contexto, otros autores analizan que a pesar de que la comunidad promueve sentimientos cohesionadores también refleja sentimientos de permisividad, al aceptar actos ilegales de poca relevancia perceptiva si estos no incurren en daño a la comunidad y sus miembros, y no representan un perjuicio inmediato para los demás (Sautu et al., 2005).

Los estudios también recaban en la solidaridad, sentimiento demandado e invocado como fundamental para las relaciones morales con los otros. Quintero (2007) identifica que los estudiantes universitarios demandan que los docentes sean solidarios con las problemáticas sociales, concordando en parte con Torres y Arué (2013) y Valenzuela (2013), quienes conciben a los jóvenes identificados con otros y con los problemas del medio ambiente, incluso con movimientos estudiantiles, por representar sus intereses.

Puede afirmarse que los autores se han percatado de que estos sentimientos nacen en el modo y la forma como los jóvenes estudiantes universitarios se ven a sí mismos y construyen su nicho de reciprocidad y mutualidad; es decir, crean su propio entorno afectivo, a la manera de un “gran nosotros” que los envuelve, en cuanto la mutualidad, las acciones compartidas, las estéticas reconocidas, los intereses propios y la identificación los aglutine y los diferencie de los modos tradicionales de la política.

 

9. El entusiasmo y la alegría: festejando la política

En este tema destacan dos aspectos: el cambio de enfoque, en relación con los autores de la década previa al 2010, y el reconocimiento de un fenómeno invisible o poco practicado en los años setenta y ochenta del siglo xx. Para la acción política se requiere de entusiasmo, indudablemente, pero que este se acompañe de la fiesta y el carnaval; es una forma que va adquiriendo legitimidad, aparte de validación por sus efectos. Los autores lo reconocen. García et al. (2012) lo ubican en relación con las nuevas generaciones de la época de la tecnología y las redes sociales, al igual que Fernández (2013) hace su énfasis en ello.

Lo que se destaca en el tratamiento que hacen algunos investigadores es la imagen que se forman de la situación, con respecto a la cual, la festividad cobra vigencia. Los investigadores reconocen que, por ejemplo, la fiesta se opone a los modos de la política tradicional (Picotto y Vommaro, 2010); García (2012) plantea que, a través de las vinculaciones afectivas entre miembros de organizaciones o movimientos, se afrontan las situaciones adversas; Fernández (2013) señala que la alegría y festividad genera simpatías y repone del desaliento que genera la política oficial. Precisamente, Picotto y Vommaro (2010) aciertan al decir que este modo de vivir la política es una ruptura con la subjetividad política instituida.

La imagen de la situación afectiva de la fiesta, el entusiasmo y la alegría es bastante optimista, hasta sobrevalorada. García et al. (2012) suponen que con la alegría se va fortaleciendo la empatía y se construyen intereses comunes. Así mismo, Picotto y Vommaro (2010) coinciden con García et al. (2012), al señalar que los vínculos que así se crean hacen trascender el sentimiento de libertad y espontaneidad, en tanto superan las formalidades tradicionales (Alvarado et al., 2015). La cercanía de las relaciones se estima como lo más importante por los autores, por cuanto estimulan la confianza, la simpatía, la creación y se moviliza a la acción por parte de los universitarios, sobre la base de una lógica del vivir juntos (García et al., 2012), y unas relaciones horizontales, agregan Plotno y Lederman (2009).

 

10. Reflexiones finales

Los hallazgos reflejan un patrón común entre las investigaciones consultadas al enfatizar en una negatividad afectiva hacia la política. En algunas investigaciones (Pinilla y Muñoz, 2008; Plotno y Lederman 2009, Varela et al., 2012 y Carrasco, 2010) los autores han coincidido en afirmar que los sentimientos inhibidores (que aparecen bajo la forma de apatía, desesperanza, desconfianza, desinterés, aburrimiento, desafección, desencanto, descontento, inmovilidad y baja participación) son una expresión clara del deterioro de la imagen de la política y la despolitización de la juventud universitaria.

En definitiva, atendiendo a las contribuciones realizadas, todo parece indicar que la inhibición política no es un estado perenne de desafección política, sino un modo de relación con una dimensión de la realidad política, que no compromete a la política en sí, sino a su necesidad de renovación.

No sobra señalar la interpretación más contextualizada que hace Narváez (2014), cuando sostiene que el imaginario social de la modernidad, anclado en el modelo positivista, ha sido provocador de apatía ante procesos de participación política en contextos universitarios. Este planteamiento no solo se detiene en la relación directa entre sentimiento y objeto del mismo, sino que inscribe una situación en la que se produce la apatía. Todo ello va señalando que la posición de muchos jóvenes hunde raíces en el modo como se sienten en una estructura política, en la que perciben y sienten que no están siendo considerados sujetos válidos para debatir y decidir en asuntos públicos.

En la misma línea de la significación de la apatía aparece la desconfianza. Grossi y Ovejero (1994) definen la desconfianza política como “el sentimiento de que el gobierno y los políticos, concretamente los que lo ejecutan, son deshonestos, corruptos y que, por tanto, no pueden ser creídos” (p. 49). En últimas, la desconfianza se fundamenta en la sensación vivida de no encontrar en la política su razón de ser. Las desconfianzas, las dudas, los escepticismos, etc., son pasiones que alertan contra el riesgo de resquebrajadura de una sociedad (Fernández, 2013). Con la desconfianza viene la desesperanza frente al futuro, reflejada en la idea de que “todo va seguir igual”.

Por otro lado, las investigaciones señalan que un conjunto de sentimientos, a diferencia de los anteriores, promueven la participación política de los jóvenes universitarios. La indignación parece tener un carácter articulador de las acciones de rechazo o repudio y deviene en la producción de subjetividades críticas (Torres y Arué, 2013). Los sentimientos de empatía y entusiasmo permiten construir un nicho de reciprocidad y mutualidad (Flores y León, 2007); el “nosotros” juega un papel fundamental, porque además de permitir procesos de acción colectiva, dadas las condiciones de identificación, favorece la diferenciación de los modos tradicionales del ejercicio político, en los que la jerarquía se superpone a la horizontalidad y, por lo tanto, el reconocimiento de las subjetividades no es posible.

Las investigaciones referenciadas señalan que en las experiencias políticas vividas por los jóvenes latinoamericanos no hay lugar para el reconocimiento mutuo. Las relaciones de reconocimiento se basan en la complementariedad de los intereses de los diferentes actores sociales, se produce en la medida en que unos sujetos perciben a otros como necesarios para satisfacer sus deseos y se saben como necesarios para la satisfacción de los deseos de los otros (Honneth, 2014).

Sin embargo, los jóvenes latinoamericanos no sienten que sus propios intereses, anhelos y aspiraciones sean importantes para los profesionales de la política o las instituciones de la democracia representativa. En razón de ello experimentan sentimientos de menosprecio cercanos a la apatía, la desconfianza, la desesperanza, el desinterés y la indignación. Así mismo, la sensación de incapacidad para ejercer poder político, para exigir el cumplimiento de dichos derechos, lleva a un estado de fatalismo y desrresponsabilización frente a lo público.

Ahora bien, los estudios también señalan que estos sentimientos de menosprecio, especialmente cuando la indignación emerge ante la falta de reconocimiento público y su consecuente agravio moral, pueden dar paso a la conformación de subjetividades críticas. En particular, en los movimientos sociales se empieza a defender una normatividad alterna impulsada por experiencias negativas con las instituciones sociales establecidas y reproductivamente relevantes (Schaub, 2015).

En síntesis, parece importante que en las investigaciones sobre participación política de jóvenes universitarios se reconozca el papel de los sentimientos ligados al menosprecio (desesperanza, fatalismo, desinterés, etc.), para comprender el distanciamiento de los jóvenes frente a las prácticas políticas tradicionales, pero también de aquellos sentimientos (como la solidaridad, el entusiasmo y la fraternidad) que, soportados en prácticas de reconocimiento, promueven la movilización política alternativa.

En todo caso, la revisión de la literatura permite identificar que en las investigaciones sobre participación política de jóvenes universitarios son pocas las investigaciones que toman a los sentimientos como objeto específico de estudio (Quintero, 2007, Plotno y Lederman, 2009, Fernández, 2013 y Bonvillani, 2014), y no intentan hacer una conceptualización teórica de los mismos. Además, los estudios suelen carecer de una comprensión psicopolítica de aquellos procesos afectivos vividos entre los jóvenes, que han deteriorado la imagen de la política tradicional, de las instituciones y los partidos.

Lo común de los autores, tal vez dado que no tienen como interés los afectos políticos, aunque se refieran a ellos en medio de sus explicaciones y comprensiones, es que ellos aparecen como efectos o reacciones de los jóvenes universitarios a los modos como aparecen ante ellos la política formal, o llamada también, tradicional. Esto trae como resultado que no se comprenda el afecto como tal, en términos de los valores e ideales con los que se articulan, de sus maneras de transitar y moverse, o de cambiar, o de mantenerse orientando o sosteniendo acciones. Darles solo carácter de reacciones los reduce en su capacidad interpretativa de la acción.

A los estudios en este tema los debe orientar un énfasis en el carácter construido de los afectos, en su cualidad constante y permanente, en que son performativos, relacionales, trayectivos y situacionales. Se propone que la psicología política llene esos vacíos, enfatizando el papel de los afectos como constituyentes de subjetividades políticas, de las nuevas formas de organización —colectivos ordenados en torno a causas precisas, más allá del partidismo—, del estar juntos, de la indignación y la fraternidad como afectos que se combinan para hacer propuestas de nuevas formas de organización, relación y participación en lo público.

Notas

* Este artículo es un producto investigativo del proyecto “Sentimientos y modos de participación política entre estudiantes universitarios de la ciudad de Medellín”, financiado por la Universidad de San Buenaventura, en alianza con la Nueva Escuela de Pensamiento, para el periodo 2016-2017.

1 Desde una perspectiva convencional, la participación política hace referencia al conjunto de actividades voluntarias mediante las cuales las personas, las organizaciones o los colectivos de jóvenes participan en la elección de sus gobernantes y, directa o indirectamente, en la elaboración de la política gubernamental. La participación política no convencional incluye heterogeneidad actividades como manifestaciones, peticiones, marchas, paros cívicos, bloqueos de vías públicas, desobediencia civil y otras que se expresan en distintos grados de violencia (Lozano y Alvarado, 2011).

2Llamamos indirecta al hecho de que los objetos de estudio no se refieren a los afectos, pero en el transcurso de los escritos hay alusiones significativas a ellos. De ahí que nuestro método de indagación nos haya obligado a seleccionar los segmentos con ideas explícitas de los autores, en los que se empleaban términos del léxico afectivo.

 

3 En la literatura anglosajona se encuentran algunas referencias. Entre las más recientes apuntan al estudio de fenómenos de uso de internet y las redes sociales, como el caso del estudio de Biddix y Park (2008). Otros estudios se refieren a casos latinoamericanos, como el de Guzmán-Concha (2012); y hay uno, de carácter crítico, que cuestiona el modo como se articulan los movimientos sociales en la época de la globalización económica: el de Rhoads y Liu (2009).

4 Exponen Valencia, Peláez, Rúa y Aubad (2010): “No obstante, se sostiene que no se debe confundir la desconfianza con la apatía, ya que esta última está vinculada a la alienación política, siendo causante de una baja participación en estos procesos, mientras que la desconfianza puede motivar a los individuos a votar en determinadas condiciones, ya que los electores desconfiados son más propensos a votar que las personas que son más complacientes con el sistema político” [la cursiva no es del original] (p. 372 ). Sandoval (2012), estima que la desconfianza juvenil en las instituciones impide la configuración de procesos colectivos, contribuye a la desintegración social e inhibe la cohesión social en Chile.

5La muestra de este estudio estuvo compuesta por “trescientos (300) jóvenes, de las universidades Santo Tomás, San Buenaventura y la Fundación Universitaria Manuela Beltrán de Bogotá D. C.” (Serrano, 2008, p. 7).

6 Una columna de opinión, en el portal de uno de los periódicos del país, escrita por un joven universitario, de una institución privada en la que se forman las élites de la economía antioqueña, dice: “¿Qué hace que en un país como Colombia los jóvenes, que históricamente han tenido posturas políticas significativas, sean una de las poblaciones con menor peso en las elecciones? Según la ONG Misión de Observación Electoral, entre el 10 % y el 15 % del total de los votantes colombianos están entre los 20 y 24 años de edad. Entonces: ¿por qué los jóvenes en Colombia no votamos? A mi parecer, la razón que más nos afecta a la hora de votar es creer que nuestro voto no hará la diferencia. Pero más allá de la apatía deberíamos preguntarnos por el desinterés de algunos frente a la política y su participación en ella. Los jóvenes, por simplista y escabroso que suene, no creemos en la política. Alguno más atrevido diría que los jóvenes no tienen motivos para creer en la política colombiana”. Bravo (s. f.). Así mismo el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) de Chile llevó a cabo dos investigaciones. En la primera se realizaron quince grupos focales de jóvenes en distintas regiones del país. La segunda se elaboró a través de encuestas. Por medio de ellas detectaron que existe una escasa valoración a la política en la vida cotidiana de los jóvenes. Las elecciones se ven como una pérdida de tiempo, en tanto no generan cambios que los puedan beneficiar directamente. Al 49 % le importa poco o nada quién gane los siguientes comicios de alcalde en su comuna. También encontraron que existe falta de cultura cívica entre los jóvenes, lo que alimenta la desafección política presente tanto en la escuela como en lo doméstico y entre los pares, agudizado por una mala evaluación de los actores políticos (INJUV, 2012).

7 Uno de los temas de interés es el de las habilidades prosociales: la empatía, como sentimiento hacia el otro, potencia la vinculación activa del sujeto al medio social y su movilización hacia el apoyo y soporte del otro vulnerado (Echavarría, Restrepo, Callejas, Mejía y Alzate, 2009).

 

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