ARTÍCULO
| Ismael Cáceres-Correa | Diplomado en Filosofía de la Liberación por la Universidad Nacional de Jujuy-AFyL (Argentina). Bachiller en Humanidades por la Universidad de Concepción (Chile), actualmente es editor jefe de la revista nuestrAmérica (Chile) y coordinador general del directorio de revistas Deycrit-Sur (varios países). Estudiante de Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad de Concepción (Chile). Correo electrónico: ismacaceres@outlook.com. |
| José Javier Capera Figueroa | Politólogo de la Universidad del Tolima (Colombia). Maestro en Sociología Política del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México), y estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana (México). Analista político y columnista del periódico El Nuevo Día (Colombia) y Rebelión.org (España). Correo electrónico:caperafigueroa@gmail.com. |
Recibido: 20 de septiembre de 2017
Aceptado: 20 de enero de 2018
Publicado el : 31 de diciembre de 2018
Resumen
La Constitución de la República boliviana tomó un “giro-radical” a
partir de la fuerza, capacidad y demanda de las organizaciones indígenas
por refundar e intentar pensar otras formas de concebir la
política, la cultura, la nación, el Estado y, en concreto, la experiencia
de reconstrucción comunal del proceso político en América Latina,
propuesta que se hace necesario leer y comprender en el contexto
global actual.
La finalidad del presente artículo de investigación consiste en problematizar
la dinámica sociocultural e identitaria del movimiento indígena
boliviano y su apuesta por refundar el Estado nación. La metodología
usada fue el análisis crítico del discurso, desde la perspectiva de
los estudios decoloniales, para lograr comprender la praxis del sujeto
indígena en su territorio. Un resultado encontrado es la importancia
de repensar los modelos y diseños del Estado moderno/colonialista
más allá de la lógica liberal procedimental, tal como lo vienen realizando
los pueblos indígenas bolivianos desde la praxis comunitaria y
subalterna en su territorio.
Palabras clave: estado boliviano, movimiento indígena, Latinoamérica, sociología política, sociología emergente.
Abstract
The Constitution of the Bolivian Republic took a “radical turn” based on the strength, capacity and demand of indigenous organizations to refound and try to think of other ways of conceiving the politics, culture, the nation, the State and specifically the experience of communal reconstruction of the political process in Latin America, a proposal that it is necessary to read and understand in the current global context. The purpose of this research article is to problematize the sociocultural and identity dynamics of the Bolivian indigenous movement and its commitment to refound the nation state. The methodology used was the critical analysis of discourse from the perspective of decolonial studies, in order to understand the praxis of the indigenous subject in its territory. One result found is the importance of rethinking the models and designs of the modern / colonialist State beyond the liberal procedural logic, as Bolivian indigenous peoples have been doing from the community and subaltern praxis in their territory.
Key words: Bolivian State; Indigenous Movement; Latin America; Political Sociology; Emerging Sociology
1. Introducción
2. Metodología
3. Resultados
4. Conclusiones
Notas
Referencias
El presente artículo reflexivo tiene como finalidad desarrollar una discusión analítica sobre el proceso político que constituye el movimiento indígena boliviano, partiendo del planteamiento teórico-conceptual propuesto en gran parte por la literatura de la sociología política contemporánea. Nuestro interés se centra en exponer las siguientes concepciones: 1) El territorio se concibe como un constructo social, pero políticamente influenciado por el poder, donde las organizaciones indígenas establecieron una agenda política para instaurar puntos en común con respecto a la refundación del Estado (constitucionalismo pluriétnico, plurinacional y pluricultural), y 2) La relación estratégica entre la capacidad de movilización social, que tuvieron las organizaciones, con respecto a la reivindicación de la “causa indígena”, como instrumento de cohesión política al interior del territorio y la sociedad civil en Bolivia.
El resultado más notorio es el giro radical que tomó la constitución de la república boliviana a partir de la fuerza, capacidad y demanda de las organizaciones indígenas por refundar e intentar pensar otras formas de concebir la política, la cultura, la nación, el Estado y, en concreto, la experiencia de reconstrucción comunal del proceso político en América Latina.
Los cambios políticos de la última década del siglo XX, en América Latina, simbolizaron un giro radical frente a las formas tradicionales de concebir el poder, la política, la economía y las reivindicaciones sociales en los territorios de la región. Este proceso llevó a la generación de acciones/demandas que exigían cambios y respuestas concretas en un escenario caracterizado por las estructuras rígidas de los Estados, las relaciones políticas verticales entre la sociedad civil y las instituciones democráticas.
La experiencia política de América Latina respondió a un proceso de larga duración y cambios fuertes con respecto al poder político y su relación con el Estado, frente a las comunidades. En esta lógica, podemos encontrar que la experiencia boliviana no fue ajena a esta serie de dinámicas/cambios en un mundo globalizado, por el contrario, simbolizó un referente de luchas, organización y reivindicación estructural por construir “otra” cultural, con instituciones y acciones políticas que fueran más congruentes con las necesidades y demandas de una sociedad civil en su mayoría de carácter indígena.
Tal como lo manifiestan Tapia (2005), De Sousa (2008) y Quiroga y Flores (2010), uno de los fenómenos recientes de mayor impacto en la región latinoamericana es el de las manifestaciones, las movilizaciones sociales, las consignas y acciones que realizaron de forma colectiva los pueblos indígenas en Bolivia. Este escenario representó un giro político sobre la forma de concebir/construir la democracia en la región desde abajo, dado que, por primera vez, llegaría al gobierno un presidente indígena con gran legitimidad por parte de las comunidades y las bases más populares del pueblo boliviano.
La presencia de un presidente indígena, como Evo Morales, significó un cambio en las correccionales de fuerzas y las dinámicas políticas entre las comunidades y las élites, por proponer, imponer y realizar un proyecto político de orden nacional. La presencia política de un país con fuerte población indígena-campesina, representa un hecho transcendental en el camino de transformar paulatinamente el modelo económico de libre mercado, y generar un imaginario donde la democracia tendría como base la profunda, sustantiva y necesaria refundación del Estado, a través de la recuperación y nacionalización de los recursos, bienes y riquezas naturales al servicio de las comunidades, las organizaciones y la sociedad civil boliviana (Quiroga y Flores, 2010).
En efecto, las movilizaciones sociales que se dieron en el año 2000 tomaron un sentido de gran importancia en el rol del movimiento indígena, dado el impacto que generó sobre las bases y grupos sociales que, de manera sistemática, marcharon y propusieron nuevos elementos en la agenda política, que ayudaran a derrocar la estructura neoliberal de los dos últimos gobiernos, como fueron Sánchez de Lozada y Carlos Mesa. En este momento, la historia política de las organizaciones indígenas se identificó por adoptar el repertorio de las manifestaciones, marchas, bloqueo de caminos, huelgas, asambleas y paros, como acciones/repertorios que fueron decisivos en el diseño de pensar y hacer política en el territorio boliviano (De Sousa, 2008 y Sandoval, 2018).
Ya en el año 2000 se logran dos momentos fundamentales, que mostrarían la capacidad política del movimiento indígena en su proyecto de refundar ciertas estructuras estatales. La primera medida, la iniciativa de la conocida Guerra del agua en Cochabamba, consiguió establecer puntos en concretos en la agenda pública, que puso en jaque la política privatizadora del servicio de empresas de Aguas del Tunari, a cargo de la transnacional Bechtel. En segunda instancia, las masivas huelgas y bloqueos realizados por los indígenas, campesinos y sectores sociales marginados se caracterizaron por exigirle al Estado cambios concretos en la economía local, nacional y el modelo de desarrollo, con respecto al uso del territorio y la propiedad comunal de la tierra (Tapia, 2005).
En este sentido, el movimiento tomó fuerza y logró incursionar en uno de los recursos y políticas más importantes del gobierno boliviano, tal como sucedió entre septiembre y octubre de 2003, ya que se agitaron las bases que motivaron la lucha llamada Guerra del gas; en ese momento, se logró constatar la fuerza de la movilización y legitimidad socio-política del movimiento al interior del país, mostrando la necesidad de implementar una política de nacionalización de los hidrocarburos como un tema de interés público.
De esta manera, el breve panorama expuesto hasta el momento nos permite analizar las características, procesos y dinámicas que constituyeron el movimiento indígena en Bolivia. Nuestro principal interés consiste en establecer una comunicación analítica de este fenómeno empírico por medio de los siguientes enfoques conceptuales: 1) Análisis de clase (Wright, Thompson/Meiksins, Wallerstein); 2) Nuevos Movimientos Sociales (Dubet/ Loeza); 3) Estructura de oportunidades políticas (Tilly/Tarrow) y 4) Pierre Bourdieu, y de forma muy concreta se expondrá, porque la perspectiva estructuralista de Eliasoph/Lichterman resulta ser compleja en la operacionalización de este movimiento.
La perspectiva del análisis crítico del discurso, desde los estudios decoloniales, nos permite comprender las particularidades provenientes de la narrativa y la praxis de los pueblos en movimiento desde los territorios. Siguiendo la propuesta elaborada por Sandoval (2018), se reconoce que las prácticas subalternas de las comunidades originarias se constituyen como un
espacio de diálogo entre lo popular y lo ancestral, siendo una herramienta de la Investigación Acción Intercultural (IAI), que rompe con las metodologías tradicionales, positivistas y lineales, dando paso a un diseño que permite investigar, conocer y coexistir con el otro a partir de la coproducción de conocimientos y acciones encargadas de transformar la realidad social por medio de la voluntad/carácter colectivo del sujeto en el territorio.
El enfoque de análisis de clase, desarrollado por Wright (1997), Thompson (1984), Meiksins (2000) y Wallerstein (2003), parte de considerar que las clases sociales son una estructura fundamental en la construcción del Estado moderno y la estratificación social, que se originó como un instrumento utilizado por las élites sobre las instituciones para construir todo un imaginario político, que gira alrededor de la invención moderna de las clases sociales y su disputa por el poder político en la sociedad.
La perspectiva analítica que desarrolla Wright (1997), en torno al concepto de estructura de clases, nos permite reconocer cómo las “élites en el poder” logran construir una serie de hechos políticos que facilitan su consolidación en las instituciones y, a través de este espacio, incursionan en lo que denomina los “nuevos ricos”. Esta perspectiva sociológica fue la base de sus análisis en la sociedad norteamericana, donde señala que un elemento central es el reconocimiento de la libertad, la vida pública y el estado de derecho democrático frente a la representación política.
Uno de los aportes centrales que existe en el pensamiento sociológico de Wright radica en su fundamentación sobre lo que podríamos denominar la estratificación social, dado que considera que la distribución no igualitaria del poder económico (propiedad, ingresos, riquezas, consumo) influye, de manera categórica, en los niveles de desigualdad en la sociedad. Igualmente sucede en lo político (influencias, decisiones, acciones y relaciones), lo social (prestigio, estilo de vida, estatus, reconocimiento) y en lo cultural (nivel educativo, conocimiento en general y relaciones sociales), que son parte del conjunto de lo que podríamos considerar como indicadores, que permiten distinguir un estrato con respecto a otro en la sociedad (Wright, 1997).
El análisis funcional y extenso que nos aporta Wright (1997) tiene la particularidad de ser aplicado a la realidad empírica del movimiento indígena en Bolivia; Quiroga y Flores (2010) destacan que en el Censo Nacional de Población, el 62 % de la población boliviana, mayor de 15 años, reconocía y manifestaba pertenecer al pueblo indígena, un rasgo de gran importancia porque influye en el esquema que reconoce las denominadas tierras altas o tierras bajas, en una sociedad con profundos niveles de fragmentación.
Un aspecto central que facilita la construcción de una brecha social distinta y dispareja, la cual se caracteriza con el tipo de estratificación existente en la sociedad boliviana, donde la hipótesis que manifiestan Wright (1997) y Wallerstein (2003) toma fuerza, dado que se genera un imaginario social en función de las élites políticas y las clases ricas, dueñas de los territorios donde existe presencia de las comunidades indígenas. Lo que implica el conflicto por la tierra, el territorio y las formas de organización autónoma que tienen los indígenas al interior de sus espacios comunales, tal como los aymaras y quechas, ubicados en los departamentos de La Paz, Oruro, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba, zonas que históricamente han vivido en medio de un conflicto estructural de clase social y política sobre el uso y desuso del territorio.
Por ello, la propuesta estructuralista realizada por Thompson (1984) y Meiksins (2000), asume valor en el análisis de la experiencia y referentes analíticos del movimiento indígena en Bolivia. Partamos de reconocer que la heterogeneidad estructural de una sociedad como la boliviana, adquiere un grado alto de complejidad en el intento de establecer parámetros, esquemas y modelos de caracterización o estratificación social.
La propuesta de Thompson (1984) sobre la tipología de las clases sociales en la sociedad inglesa, en el siglo xviii, significa un aporte en el análisis de dicha época, por medio de los procesos de modernización de la sociedad y las formas de producción que se desarrollan en un territorio. Encontramos que los cambios de lo preindustrial, tradicional y paternalista, hasta llegar al estado moderno, fueron las bases de la consolidación del capitalismo como un modo de producción moderno; dicha propuesta, muy propia de la sociología histórica, se caracteriza por plantear, de forma descriptiva, un modelo de sociedad con respecto a la manera como el poder de los de arriba se impone a las clases obreras (abajo).
El planteamiento de Thompson (1984), desde la perspectiva crítica e histórica, muestra la evolución social, política, económica y cultural de la sociedad inglesa, y como estos cambios generan un conflicto de poder e intereses entre las clases. Podríamos considerar que la caracterización de la nobleza, la clase media, la clase popular y la plebe, son el resultado de la construcción histórica de la conciencia entre lo vertical, que corresponde a los gobernantes, y lo horizontal, que es de la clase obrera.
El panorama analítico que expone Thompson (1984) toma sentido en el proceso de movilización social que se desarrolló en el movimiento indígena boliviano. El argumento central consiste en lo que Tapia (2005) señala como la agudización de un conflicto entre grupos sociales, por la construcción o imposición de un modelo económico y político en el territorio.
El abordaje que realizan Tapia (2005) y García (2009), en torno al movimiento indígena boliviano, nos permite considerar la figura de los caciques apoderados, que a través de su poder político en las comunidades lograron construir acciones enfocadas a la defensa de la propiedad comunitaria, la autodeterminación del territorio y la necesidad de hacer de la tierra un bien comunal. Esta serie de prácticas políticas fueron fundamentales para dar el paso a la exigencia de una educación pertinente con las necesidades de la región y las comunidades.
Así pues, el Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) se convirtió en el principal actor político, que generaría cohesión con respecto a los distintos sectores sociales en Bolivia. Su propuesta de unir el campesinado y los indígenas le permitió fortalecer la bandera nacionalista sobre el indianismo, y la lucha indígena como un argumento que revalorizaría la identidad de las comunidades en su ejercicio de recuperación del tejido comunitario y la soberanía estatal sobre los bienes naturales, sin dejar a un lado la autonomía, la defensa y garantía por la producción y consumo artesanal de la hoja de coca (Quiroga y Flores, 2010).
A partir de este momento, logramos encontrar un vínculo con la propuesta de Meiksins (2000) y Wallerstein (2003). En el primer caso, se propone repensar la estructura o superestructura como un proceso de relación social, dando elementos para reflexionar sobre el movimiento indígena boliviano a partir de un capitalismo estructurante, neoliberal y racista, que modifica/moldea la democracia bajo el interés del capital; en principio, se considera que la sociedad capitalista ha estado presente en la obtención del poder político por medio de distintos canales, medios o estrategias políticas, bajo el interés de establecer la acumulación del capital y la implementación de un tipo de democracia basada en las leyes del mercado.
Un proceso político de duración extenso, que según Meiksins (2000) permite que la estructura y la superestructura, en el lenguaje de la teoría crítica, logren construir una postura frente a los fenómenos sociales. La experiencia del movimiento indígena boliviano permite que la base y superestructura sea orientada a un ejercicio de reflexión y experimentación sobre la conciencia en la clase social; aquí el proceso de las clases se ubica bajo la construcción de un ser social que se identifica con la conciencia social, donde se establece una comunicación entre “teoría, concepto y realidad empírica”.
En este sentido, las bases sociales, como son el campesinado, los obreros, mineros, artesanos, comerciantes, profesores, entre otros, se constituyen como la estructura del movimiento indígena boliviano, puesto que responde a lo que Meiksins (2000) señala, en su propuesta teórico metodológica, como una corriente de acciones que vinculan la vida social, cultural y política en una sociedad para pensar acciones en común.
En el caso del movimiento indígena se podría relacionar la superestructura como aquellos procesos jurídico-políticos que las organizaciones, grupos y gremios utilizaron como repertorios para consolidar el movimiento social en el escenario público. Una muestra de esto fue el papel que jugaron las leyes de los pueblos indígenas frente a la autonomía política en el gobierno, la defensa del territorio y la autogestión legislativa, para diseñar formas de organización comunal (Cusicanqui, 2013).
Tal como lo señalan Svampa y Stefanoni (2007) y De Sousa (2008), quienes consideran que el fuerte proceso de movilización social y subjetividad política de los pueblos indígenas fue la base para generar la transformación en el marco institucional y pragmático de la sociedad civil. La incorporación de un diseño político en función de refundar el Estado-nación y establecer una postura crítica/autocrítica por medio de las demandas, acciones y repertorios de las comunidades indígenas, representó una apertura para dar paso a la Bolivia indignada, organizada y rebelde frente a la barbarie de la dominación, la explotación y el colonialismo político sobre los procesos, estrategias y acciones al interior de la comunidades, el territorio y sus prácticas originarias como fuentes que constituyen el movimiento indígena.
El análisis crítico que nos aporta Wallerstein (2003), en la lógica de comprender los cambios estructurales que asume el tema de las clases sociales en un mundo globalizado, parte de considerar aquello que denomina “movimiento antisistémico”, que se da en medio de la década de 1970, debido a su contenido político, social, cultural y económico sobre la especificación entre movimiento “social” y movimiento “nacional”.
A este respecto, Wallerstein (2003) menciona que dichos movimientos protagonizaron un cambio del discurso y acción política en el sistema-mundo, debido a la serie de debates que emergieron enfocados en la concepción/ cambios/transformación del Estado. Una evidencia que sería la base de la fuerza producto de la movilización en los movimientos sociales, un claro debate que generó diferencias entre la perspectiva marxista y anarquista para concebir los movimientos nacionalistas, los partidos del nacionalismo en su versión político-electoral y la contraparte, por adoptar un tipo de un nacionalismo cultural.
El abordaje que realiza Wallerstein (2003) se articula, de forma precisa, con la dinámica política del movimiento indígena boliviano, puesto que este actor político se organizó por medio de los distintos sectores sociales que demandaban un Estado más abierto, plural y democrático, en función de lograr una cohesión política y la garantía por un buen vivir, o Sumak Kawsay. Los argumentos que desarrollan Quiroga y Flores (2010) y Cusicanqui (2013) sobre la dinámica, organización y reivindicación política del movimiento, responden a todo un proceso de movilización popular que se desplegó a través de la consigna y reapropiación del discurso indigenista, como una estructura narrativa que generaría solidaridad, unidad, apropiación y resignificación de las prácticas políticas, la tradición oral, escrita, simbólica que constituyen la razón de ser de los territorios y pueblos indígenas en Bolivia.
A su vez, la visión de las organizaciones sociales, políticas, sindicales y gremios que se enfocaron en construir y transformar el modelo económico por medio de los mecanismos legalmente constituidos (García, 2009). Un ejemplo de esto fue el impulso estratégico que trajo consigo la reforma estructural de la constitución política nacional, por una orientada a revivir la cuestión indígena, los conflictos étnicos y la historia de opresión que han sufrido las comunidades; dicho proceso se convirtió en un tipo ideal que logró tener aceptación por un gran volumen de ciudadanos bolivianos, debido a la identidad política de una sociedad con aspectos fuertes de organización, identificación y reconocimiento de su propia condición indígena.
Por otra parte, el enfoque de los nuevos movimientos sociales desarrollados por Dubet (1989) y Loeza (2010) exponen las características que constituyen el discurso sobre la identidad, y cómo influye en el análisis de los fenómenos sociológicos en un contexto en particular. El marco explicativo de Dubet simboliza un acercamiento al contenido polisémico de la identidad, donde asume sentido el cuestionamiento sobre la identidad del sujeto en su plano social, político y cultural encaminado a interiorizar los roles, estatus y procesos que adquieren los distintos actores en la construcción intersubjetiva de la personalidad del sujeto.
El esquema que describe Dubet (1989) se convierte en una apuesta epistémica, teórica y metodológica para analizar la identidad en los nuevos movimientos sociales frente a la constitución de las prácticas políticas que posibilitan la categoría de identidad social a través de la historia. En el contexto del sujeto, esto vinculará la acción social y la integración de la misma. Una forma de reconocer el carácter de un actor político, en palabras de Dubet, consiste en “dominar su identidad sin ser totalmente tragado por ella”; un punto de referencia que nos permite comprender el ethos (carácter) extenso que tiene la identidad como referente de estudio del sujeto en lo social.
La perspectiva de Dubet (1989) ofrece aspectos fundamentales para comprender la identidad de los sujetos sociales del movimiento indígena boliviano, a partir de los procesos políticos y las acciones identitarias que toman fuerza en las estrategias de movilización, protesta, mítines, tomas pacíficas y el uso simbólico de consignas, que logren articular los factores, necesidades y tácticas reivindicativas de las comunidades indígenas frente al ejercicio del poder político del Estado.
En este sentido, los aportes desarrollados por De Sousa (2008) y García (2009) exponen el marco de acumulación capitalista global que representa un ejercicio colonial del Estado hacia la sociedad civil. Los autores señalan que una manera de resistir a esta lógica fueron las alianzas, los acuerdos políticos y asambleas locales entre sujetos, gremios económicos, sectores empresariales y organizaciones, que compartían la defensa del territorio y los derechos de los pueblos indígenas.
La fuerza política del movimiento indígena boliviano llegó al punto de extender su proceso de socialización política, politización de lo público y revalorización de las prácticas culturales por medio del avance de los derechos colectivos, la unidad política, la autonomía por el territorio y, en particular, la refundación de otro Estado que pusiera a los indígenas como actores legítimos, verídicos y reales en la discusión pública de los procesos democráticos, participativos y alternativos.
A su vez, la identidad social se encuentra en un eje problematizador, ya que hace uso de la perspectiva subjetiva de integración para lograr analizar al actor desde un rol que posee estatus, valoraciones y propiedades que le son impuestas, o adquiridas, con respecto a su “personalidad social”, al interior de una estructura política, económica y cultural de un tipo de sociedad en particular.
Es necesario reconocer que la identidad política que describe Dubet (1989) se enmarca en la dimensión de problematizar las formas de acción y constitución de dicha identidad. Su orientación responde a lo que denomina “polos identitarios”, que son esquemas de representación política que tienen como finalidad pasar a un modelo donde “la noción de identidad se encuentra en un marco reflexivo que logra comprender su interior y exterior en un contexto lleno de contradicciones” (Dubet, 1989, p. 525).
La realidad empírica que logramos observar, del movimiento indígena de carácter campesino en Bolivia, responde a un proceso histórico de larga duración, donde las luchas políticas de resistencia y tradiciones fueron el valor fundamental para construir una identidad colectiva, política y territorial que fuera parte del repertorio de construcción social que las comunidades quechua y aymara tomarían para fortalecer su lucha social en el plano institucional y popular de la sociedad civil (Quiroga y Flores, 2010).
De esta manera, la movilización política, con el paso del tiempo, sería intensificada por parte de los actores del movimiento; esto significó un espacio de identidad política debido a la recuperación de la memoria histórica y el sentido común de los pueblos indígenas, pero específicamente la expresión de solidaridad, rebelión y levantamiento contra las políticas de sometimiento, despojo y estructuras políticas tradicionales impregnadas por la lógica neoliberal, que sería base de la realidad política boliviana (De Sousa, 2008).
En el caso de la propuesta analítica, que desarrolla Laura Loeza (2010), sobre el discurso como análisis de las identidades políticas, esta se ubica en reflexionar sobre el carácter que tienen las identidades en el proceso de la subjetividad, en el campo de lo social; aquí el carácter reflexivo de la producción de la realidad se sitúa en concebir las narrativas que permitan comprender los comportamientos, acciones y estrategias que existen en la dimensión del sujeto y su espacio de participación política.
El concepto de identidad en Loeza adquiere el sentido de establecer un paralelo entre lo social y el individuo. El primero, muestra su estructura comunicativa, y el segundo, se identifica con el componente subjetivo, biográfico, estructural y colectivo que en términos de la autora representa un contenido de los procesos constitutivos del sujeto y su propio carácter reflexivo (Loeza, 2010).
La visión que se piensa sobre la identidad, en Loeza, está enfocada en la capacidad para orientar la acción. Esta premisa es la muestra de que la identidad tiene un elemento que refleja el orden social, y muestra el conjunto de interacción que se logra concretar por parte del sujeto en la sociedad, donde las identidades políticas sirven como instrumento para analizar los movimientos de los actores/militantes/grupos, los cuales se pueden estudiar desde una perspectiva histórica que permita reconocer los fenómenos políticos que inciden en la cultura y la configuración de los repertorios de acción colectiva; es decir, que la propuesta de la autora radica en darle más fuerza a la estrategia del actor que es conducente con la constitución de la identidad política.
Dicha propuesta analítica se articula con la realidad empírica del movimiento indígena, dado su marco de repertorio y formas de militancia política (Loeza, 2010). En el primer caso, logramos relacionar la heterogeneidad de las identidades, que subyace en los procesos sociales de las comunidades indígenas, frente al territorio, la apropiación de las prácticas políticas no convencionales y la lucha política (pedagógica) por integrar una sociedad boliviana donde el campesino, el indígena, el mestizo, los obreros y las mujeres, entre otros actores, logren ser referentes principales para el fortalecimiento del Estado plurinacional y pluriétnico, en su máxima expresión.
En el segundo eje, que representa la militancia política al interior/exterior del movimiento indígena boliviano, se pueden inferir tres aspectos: 1) El motivo racional y afectivo de la lucha o causa indígena, que fue uno de los motivos centrales de movilización; 2) La fuerte disciplina militante de indígenas, mestizos, mujeres, obreros y profesores, entre otros, los cuales se caracterizan por reivindicar el legado colonial que han vivido los pueblos oprimidos, negados y excluidos por el proceso de acumulación del capital y la concentración del poder por parte de las élites, y 3) La propuesta teórica/organizativa sobre las estructuras militantes que se autodefinieron con una identidad de ser un país de indígenas, que merecen un buen vivir para el territorio, la comunidad y el respeto por las prácticas ancestrales, producto de sus cosmovisiones.
Del mismo modo, la propuesta de la identidad política, en las dinámicas del movimiento indígena en el contexto boliviano, responde a su forma de lucha, repertorio y organización sociopolítica en el territorio, por parte de las manifestaciones sociales, huelgas, toma de calles y acciones de resistencia política, que permiten pensar en una lógica deliberativa en el proceso político, y como esta lleva a que la participación se ubique en un plano central, con respecto a la necesidad de refundar la democracia. Así pues, se generaría un corpus de identidades por medio de la interacción social, simbólica y política al interior de las comunidades indígenas.
Un resultado concreto fue la Ley de Participación Popular, construida por las organizaciones sociales y políticas que formaban parte del movimiento social. A partir de ese precedente mostraron una distancia con la perspectiva institucional-electoral, y dieron paso a las prácticas políticas de líderes, activistas, mujeres, artistas y jóvenes de cualquier tipo de identidad étnica. En este instante, se demostró cómo el proceso político del movimiento indígena manifestó mantener las luchas y formas de organización alrededor del territorio (Cusicanqui, 2013).
Otro enfoque para analizar el proceso, la dinámica y el desarrollo de los movimientos sociales es la estructura de oportunidades políticas de Tarrow (2004) y Tilly (2007). Aquí la perspectiva teórica sobre la acción colectiva o la construcción del Estado se relaciona con la identidad y la cultura que existe en la estructura social. El aporte central que realiza Tilly consiste en establecer un esquema analítico de los movimientos sociales, por medio de un tipo de sociología histórica muy propia de su narrativa historiográfica.
El uso de la violencia, como un referente de estudio en los procesos de acción colectiva, constituye un marco de explicación de los movimientos sociales. Según Tilly (2007) lleva a que el factor de las luchas por el control del Estado sea conducente a la violencia colectiva, produciendo cambios estructurales. A su vez, señala el caso del “modelo político”, que se ve mediado por las reclamaciones colectivas que permiten la interacción entre los actores, siendo un aspecto central para reconocer la estructura y la capacidad de acción que tiene un movimiento frente a su capacidad de transformar, usar, establecer y proponer un tipo de identidad política, con base en su criterio de actor colectivo (Tarrow, 2004).
De esta forma, la acción colectiva se identifica con la búsqueda de intereses comunes y oportunidades concretas entre el actor y el mundo que lo rodea; esto representa una forma distinta pero no espontánea del fenómeno, por el contrario, tiene un fuerte significado de ser asimilado como un proceso de evaluación entre costo-beneficio, que permite el desarrollo lógico entre los factores que constituyen el movimiento con respecto a su fragmentación en torno al poder político (Tilly, 2007).
Los argumentos expuestos por Tilly (2007) sobre la violencia y su relación con la acción colectiva, se pueden ver ejemplificados en el caso del movimiento indígena boliviano, ya que su trayecto histórico estuvo orientado a recuperar la lucha indigenista como una estrategia de poder político; dicho fenómeno se constituyó como una apuesta que sirviera como instrumento para superar la ideología dominante, y que diera paso a la concepción de una sociedad más abierta, pluralista, politizada y democratizada.
En esta senda, los argumentos expuestos por Tapia (2005) y De Sousa (2008) resaltan la lógica del indianismo como una ideología que intentó poner en tela de juicio la cuestión hegemónica del momento, y ofreció elementos para dar un paso a superar y disputar “otras” formas de hacer política, gobernar y llevar a cabo el proyecto nacional de un Estado pluriétnico, nacional y soberano que hiciera peso a la lógica neoliberal y las élites políticas en el territorio boliviano.
Por ello, la propuesta de Tilly (2007) toma fuerza cuando reconoce que la acción colectiva en el mundo contemporáneo es el resultado del enfrentamiento en función de generar una disrupción contra las instituciones, autoridades, grupos dominantes, élites y otros actores que, hegemónicamente, han estado establecidos en el poder y las instituciones.
El eje analítico de Tilly nos sirve para comprender el conflicto de intereses por parte de los pueblos indígenas contra las estructuras políticas tradicionales en Bolivia, en su afán por crear formas alternativas de construir la política y las acciones colectivas que sirvan para canalizar las demandas, la carga simbólica, emocional y económica que existe en el contenido estructura de este movimiento, en su lógica de consolidar su identidad como un actor político y social fundamental en los asuntos públicos en la sociedad boliviana.
La perspectiva analítica que desarrolla Tarrow (2004) sobre los movimientos sociales, plantea reconocer la acción colectiva como un conjunto de factores que determinan las formas de comportamiento de los actores que conforman el movimiento social. Un aspecto central de Tarrow consiste en reconocer los desafíos que comparten las personas en forma de objetivos comunes y solidarios, y que tienen amplia interacción política para establecer mecanismos de disputa contra las élites, las autoridades y los sectores sociales.
Esta serie de procesos de interacción, solidaridad y objetivos en común permiten que exista una comunicación entre los actores del movimiento. Así pues, la Estructura de Oportunidades Políticas (EOP) se caracteriza por hacer uso del enfoque político para reconocer las dimensiones congruentes del entorno, y así poder establecer/ofrecer incentivos para que el individuo logre participar, movilizarse y ser parte de las acciones colectivas, en función de una expectativa de éxito o fracaso en el proceso social del movimiento.
El enfoque del proceso político, según Tarrow (2004), genera la posibilidad de operacionalizar las acciones, estructuras y estrategias de los movimientos sociales, puesto que da espacio para ejercer la participación política y las reivindicaciones de la sociedad civil, a partir de la emergencia de los conflictos entre las élites políticas por el ejercicio, la administración y uso del poder político en el Estado. Esta dinámica corrobora la propuesta de Tarrow, que señala que los movimientos disfrutan, y en algunos casos se favorecen, de la coyuntura política, que da elementos para emprender la acción colectiva en pro de las múltiples reivindicaciones de este actor en su visión de fortalecimiento político.
De este modo, la acción colectiva en la eop tiene un punto de ebullición, en el sentido de exponer variables para que sean incorporadas al debate político (público), y así cuestionar la tensión estructural o coyuntural que vive el movimiento en su debido proceso/tiempo de consolidación (Tarrow, 2004). La ventaja del enfoque del proceso político es que va más allá de la visión costo-beneficio, optando mejor por las oportunidades políticas y la variación temporal que favorece al movimiento, debido a que tiene la capacidad de motivar y hacer uso de los incentivos de la acción colectiva a través de las estructuras sociales económicas propias de cualquier organización social (Tilly, 2007).
Un aspecto fundamental de la literatura de Tarrow es la bondad de introducir, al campo de estudio de los movimientos sociales, la categoría de “ciclo de protesta”. Este concepto tiene la facilidad de lograr comprender el tejido social que constituyen un ciclo de protestas en un contexto particular de la historia de una sociedad. La perspectiva que desarrolla Tarrow (2004) consiste en señalar que existe una intensificación de los conflictos, confrontaciones y tensiones que posibilitan la interacción política en el sistema social. La lógica de este análisis se encuentra en reconocer la difusión que tiene la acción colectiva entre los sectores más movilizados a los menos movilizados, y así lograr comprender el ritmo de la protesta, la estrategia política de las manifestaciones y la transformación de la acción colectiva al interior de la estructura del movimiento social.
Tal como se ha expuesto, la movilización social, el repertorio político y la acción colectiva del movimiento indígena boliviano se convirtió en uno de los principales componentes en reconocer la organización de los grupos de base, el discurso indigenista como un actor con una “auténtica” identidad política, y los objetivos establecidos para la defensa, unidad, solidaridad sobre el territorio en función de construir una forma distinta del ejercicio sobre los bienes naturales (gas, agua, tierra).
El último enfoque que desarrollaremos es el de la perspectiva de una sociología de los campos, la representación política y la identidad entre los actores, expuesta por Bourdieu (2001). Para ello, la identidad asume un criterio de ser reconocida como un compromiso que responde a la lógica de la identidad social, y esta se encuentra focalizada bajo un eje problematizador, ya que hace uso de la perspectiva subjetiva de integración para lograr analizar el actor desde un rol que posee estatus, valoraciones y propiedades, que le son impuestas o adquiridas con respecto a su “personalidad social” al interior de una estructura política, social, cultural y económica.
La identidad va más allá de los intereses y pertenencias del contexto, tiene una lógica de subjetivación que se caracteriza por tener la capacidad crítica y la distancia de la misma (constructiva). En este modelo el sujeto adquiere relevancia, debido a que experimenta un tipo de identidad como vocación, compromiso y significación de su contexto social, donde logra convivir con las actividades que lo caracterizan en lo material e inmaterial, que representa sus beneficio en sociedad y como sujeto (Bourdieu, 2001).
En el caso de Pierre Bourdieu su reflexión sobre la identidad y la representación política-social se caracteriza porque desempeña un papel fundamental en los asuntos culturales, para tener una visión integral sobre el rol que juegan los actores en el proceso de interiorización del campo cultural que existe en una determinada sociedad. La propuesta de identidad, en dicho autor, se ve mediada por el campo cultural, debido a que analiza la perspectiva de los actores sociales que incorporan los procesos políticos; aquí la noción sobre el papel de la cultura, donde constituye al sujeto o el sujeto a la cultura, toma sentido al momento de comprender la estructura de la sociedad y los marcos de referencia que posibilitan la representación política en un escenario de la sociedad (Bourdieu, 2001).
Una perspectiva más compleja para comprender la problematización de la identidad, y superar el esquema tradicional sobre los estudios identitarios, la encontramos en los aportes de Bourdieu, que considera los repertorios simbólicos, culturales y políticos como formas de identidad del sujeto, donde las unidades de observación son coherentes con la realidad empírica que existe en cada actor social; posteriormente, sería concebido como parte del habitus social que se expresa en los sentimientos/conductas/comportamientos individuales del sujeto dentro de la estructura social.
En este marco de análisis la concepción de la representación política es congruente con la experiencia del movimiento indígena en Bolivia, debido a que las organizaciones sociales, los gremios, sectores artísticos y comunidades indígenas recuperaron e hicieron uso del indianismo como un tipo de pensamiento e ideología política, que generaría representación social en cada uno de los actores que conformarían este movimiento social (Tapia, 2005). Igualmente, la estrategia política de la defensa del territorio y la construcción de un imaginario de legitimación política hacia el indígena, simbolizó una herramienta, ya que el MAS-IPSP y el Movimiento Indígena Pachakuti-Confederación Sindical Única de los Trabajadores Campesinos de Bolivia (MIP- CSUTCB) permitieron que se lograra un reconocimiento y representación subjetiva, política, identitaria y de interés público por consolidar un proyecto territorial y nacional (Svampa y Stefanoni, 2007).
Asimismo, el discurso del indígena-campesino estuvo siempre orientado a la defensa del territorio, los bienes naturales y la riqueza indigenista. Esto fue una pieza fundamental del movimiento para generar mecanismos de cohesión y legación política, dado que usaron las consignas, movilización y momentos de bifurcación política para mostrar un precedente “distinto” frente a las formas convencionales de concebir el escenario electoral, representativo y legislativo, propio de una democracia de corte procedimental.
Así, una muestra del ejercicio político, por parte del movimiento indígena, fue el uso de los procesos de la política no convencionales, para generar dinámicas de interacción entre los actores sociales y así pasar al fortalecimiento de los sindicatos, las organizaciones sociales, políticas y los gremios que apoyaban el proyecto de refundación plurinacional, con la perspectiva de aportar elementos al debate de la re-organización de los cargos burocráticos que se asumirían en las instituciones estatales, mostrando su grado de coherencia con el proyecto de inclusión política y el reconocimiento de los derechos colectivos para los pueblos indígenas, en su finalidad de hacer peso a la estructura de un Estado neoliberal (Cusicanqui, 2013).
La representación política, siguiendo los aportes conceptuales de Bourdieu (2001), tiene como eje central comprender las identidades individuales y colectivas que configuran la capacidad de construir una diferencia en su entorno, y lograr establecer límites al interior/exterior del campo, para así lograr un tipo de duración temporal, espacial/territorial (García, 2009).
En el caso boliviano logramos encontrar que la lucha indigenista asumió la bandera colectiva de la izquierda académica, política, militante, bajo la vertiente de establecer paramentos en común que pusieran de nuevo, en el escenario público, la memoria, lo popular, lo colectivo y lo comunal, en especial la recepción de un discurso pluriétnico, una propuesta política con base en el núcleo duro del pensamiento indianista, sin dejar a un lado la unidad con distintos sectores que confluían en el escenario democrático de la presentación directa, y bajo los principios de la comunidad indígena acorde con los principios del movimiento social (Quiroga y Flores, 2010).
En última instancia, la perspectiva estructuralista de Eliasoph/Lichterman, en el estudio de los movimientos sociales, simboliza un intento de objetivar la teoría con la realidad empírica, y en algunos casos puede ser utilizada para establecer mecanismos de interacción epistémica, conceptual y metodológica en el estudio de las organizaciones sociopolíticas, dándole prevalencia a la definición de la cultura política y cómo construye un sentido intersubjetivo de la realidad empírica en su lógica de interacción política, en un determinado contexto entre individuo-instituciones y procesos de movilización social, que articule la cultura política del movimientos social.
Los aportes de Eliasoph y Lichterman (2010) tienen como base la interacción, la comunicación y la relación entre los actores colectivos que conforman la estructura de un movimiento. La visión de analizar los estados de politización y la interacción política sirven como instrumento para pensar la movilización y la participación de estos actores en la construcción de procesos colectivos. Igualmente, la identidad y la construcción del imaginario que tienen los actores desde su condición heterogénea, que es de suma importancia en el repertorio de los movimientos sociales.
Es de señalar, que la propuesta de Eliasoph y Lichterman (2010) es de gran valor, porque aporta elementos a la discusión de la participación, las formas de acción y la reciprocidad con respecto a los “nuevos” mecanismos que adquieren las instituciones, para generar modelos de toma de decisión y acción política. Así pues, la lógica de concebir dicha propuesta responde a un enfoque estructuralista, el cual reconoce a los movimientos sociales como formas de organización orientadas al uso de recursos y la obtención de estrategias políticas para el uso de los actores fundamentales, en la generación de un tipo de procesos sociales de larga duración, pero con una identidad definida y en proceso de consolidación al interior de una estructura política en la sociedad civil.
Por ello, dicho enfoque asume un carácter complejo; para intentar aplicarlo a un análisis del movimiento indígena boliviano partimos de tres argumentos centrales. El primero tiene que ver con la cosmovisión, estructura, contenido y praxis de los pueblos indígenas, que son extensas y responden a su prácticas cultures (ancestrales). De este modo resulta ser una problemática semántica y analítica de espacio, tiempo y forma de los fenómenos que constituyen la identidad política del movimiento.
El segundo argumento responde a un problema de espacialidad y racionalidad. En el caso de Eliasoph y Lichterman (2010) su enfoque tiene gran acepción con la corriente anglosajona en el estudio de los movimientos sociales, las estrategias, recursos y procesos que responden a la acción colectiva de las organizaciones, lo que significa un marco analítico que no se articula con la cosmogonía/cosmovisión/racionalidad de los pueblos indígenas y en particular a la experiencia de refundación del Estado por parte del movimiento indígena en el territorio boliviano.
Por último, el tercer argumento reside en el posible esquema o modelo de análisis para reconocer los principales elementos del movimiento indígena boliviano. Resulta que los procesos sociales, políticos, económicos, organizativos, territoriales, tienen una propia consigna identitaria con respecto a su espacio socialmente construido. Debido a esta lógica, la propuesta del cambio social y la heterogeneidad de los actores, por parte de Eliasoph y Lichterman (2010), representa un “posible” déficit de tipo conceptual, metodológico y teórico por establecer mecanismos de consenso, disenso y, en particular, acciones comunitarias en función de tener un grado de congruencia con las estructuras del movimiento indígena, en defensa de los derechos colectivos y del territorio, la propiedad comunal, la unidad política y la reivindicación, ya sea estructural o coyuntural de la sociedad boliviana, que revivió el discurso, la práctica, la acción, el sentido y la forma de pensar el discurso indigenista, en función de refundar la democracia y la estructuras del Estado al servicio de los pueblos indígenas.
El desarrollo del artículo demuestra la importancia que tienen los enfoques expuestos en el análisis de los movimientos sociales, y en particular el movimiento indígena boliviano, al intentar establecer elementos de interacción conceptual, metodológico y teórico con el fin de operacionalizar los conceptos bajo un análisis empírico determinado, por medio de enfoques delimitados para su misma interpretación.
La IAI, como propuesta metodológica encargada de comprender, de forma crítica, los fenómenos/problemas sociales, en contextos complejos, simboliza una iniciativa que genera procesos de diálogo abierto, colectivo y desde abajo, lo que refleja la producción de prácticas sociales encaminadas a cuestionar los paradigmas tradicionales impuestos, históricamente, en el campo de los estudios étnicos, ya que por medio de esta iniciativa alterna y renovadora los pueblos indígenas adquieren un carácter de sujeto de investigación social, superando la noción de objeto clásica y propia de la modernidad/ colonialidad.
La apuesta del movimiento indígena boliviano se convierte en un referente de lucha social descolonizadora, debido al contenido transformativo de las propuestas enfocadas a superar el modelo de educación europeo, las instituciones liberales y las formas de organización económica establecidas por las élites, con el fin de dar un giro hacia la praxis, saberes y acciones de los grupos oprimidos en sus territorios; esto significa, un cambio de formas paradigmáticas de relacionarse y coexistir en comunidad (Márquez y Díaz, 2018).
El sentido de lucha social y reivindicación sociocultural de los pueblos indígenas bolivianos representa una trayectoria distinta, por superar los procesos políticos de configuración del Estado moderno/colonial, y se proyecta como una praxis subalterna enfocada a poner en debate público aquellos modelos institucionales, encargados de legitimar un conocimiento sistémico, extractivista y colonial sustraído del saber indígena, lo que engloba una práctica de colonización al interior de los pueblos indios funcionales a los intereses del sistema capitalista moderno.
Un aspecto positivo resulta ser la manera como los autores abordan el objeto de estudio desde distintas perspectivas, en el análisis de los movimientos sociales; en el caso del movimiento indígena presenciamos cómo los repertorios, símbolos, acciones colectivas, consignas, marchas y ciclos de protesta hacen parte de la complejidad de elementos que sirven para tener una aproximación más intersubjetiva con respecto a este fenómeno de investigación.
La extensión conceptual y metodológica que representa el movimiento indígena boliviano nos permite reconocer como, a partir de estos enfoques de estudios de la sociología política, se puede pensar en futuras reflexiones sobre la forma de operativizar los conceptos y establecer metodologías más congruentes con la realidad empírica. La capacidad de explicar la estructura de este movimiento social, en medio de la complejidad cultural, económica, étnica, política y social que constituye la realidad estructural de la sociedad boliviana, y en específico los pueblos indígenas con respecto al Estado en su camino de refundación radical, solo es posible si se construyen formas de trabajo que ahora piensen el contexto espacial en el cual se encuentran.
En conclusión, las aproximaciones elaboradas no son mutuamente excluyentes en el análisis del movimiento indígena boliviano u otro movimiento social. Por el contrario, de lo que se trata es de establecer vínculos comunicativos entre distintas formas de construir teoría y desarrollar esquemas metodológicos que sean de gran importancia en la consolidación de estudios empíricos, analíticos y lógicos al interior de la sociología política y su interés con temas como la representación política, la identidad política, la acción colectiva y los ciclos de protestas. Solo por mencionar algunos elementos que hacen parte de la riqueza analítica del movimiento indígena boliviano, en su proceso de transformación sociopolítica en la historia de América Latina y, por qué no, del mundo politizado que sueña por una democracia más incluyente y que responde a las necesidades de la sociedad en medio de la crisis civilizatoria de estos tiempos.
* El presente artículo es producto del seminario de sociología política ofrecido en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México). Se agradece el espacio, tiempo e invitación por parte del maestro y pensador de nuestra América Álvaro Márquez-Fernández, un gran servidor de los colectivos, movimientos y organizaciones sociales desde la trinchera de la investigación social, la filosofía subalterna y la construcción de un conocimiento propio de los territorios latinoamericanos. Igualmente, los aportes de la literata Indira Enríquez, como siempre muy valiosos en la construcción del documento.
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