Si bien es cierto que el Estado como objeto de estudio ha ocupado un lugar destacado en la teoría y la filosofía política, en el derecho y en la sociología, solo por mencionar algunas áreas del conocimiento, parece que llegó a un punto de estancamiento en el que se comenzaron a dar por sentado algunos planteamientos más bien consolidados de cara a la forma predominante en que ha venido funcionando el mundo (por lo menos la parte occidental). No obstante, y pese a que escribir sobre el Estado ya no resulta tan novedoso, despojarse de lo que se da por sentado sin eliminarlo de facto, podría contribuir al surgimiento de aportes más pertinentes y, si se quiere, más actuales. Fue precisamente eso lo que me llamó la atención en una intensa búsqueda por leer algo menos ortodoxo sin dejar de ser riguroso, fue eso lo que marcó mi interés en el estudio de la obra que nos dejó Nicos Poulantzas (1936-1979). Después de más de cuarenta años de la muerte de quizás uno de los teóricos marxistas del Estado más importante en tiempos de posguerra, este ensayo busca realizar un análisis de su aporte teórico para el estudio del Estado desde América Latina, teniendo en cuenta algunas cuestiones contemporáneas y regionales que parecían haber sido superadas. La obra de Nicos Poulantzas, aunque trágicamente inconclusa, logró retornar al materialismo revolucionario de Marx (Jessop, 1991, p. 80) al teorizar el Estado como una relación social, tal como se evidencia en su último libro titulado Estado, poder y socialismo (1978). Y pese a que fue marginalizado casi al tiempo que finalizaba su vida, se considera su vigencia teórica y política como un aporte fundamental para el estudio del Estado desde un punto de enunciación muy particular, que se hace ya evidente desde el mismo título de este ensayo.
Desde Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Nicos Poulantzas (2007) trae el concepto de la autonomía relativa como una parte del “funcionamiento especifico del Estado capitalista” (p. 332). De este modo, el Estado no es un instrumento subordinado a la clase dominante ni un sujeto con plena autonomía. La autonomía relativa del Estado servirá como elemento cohesionador de la unidad política dentro del mismo Estado. Ahora bien, la autonomía relativa de la que habla Poulantzas está pensada desde los países centrales del capitalismo global, pero, a su vez, deja pavimentado el camino para abordar esta cuestión desde la periferia. Aun así, se deberá tener en cuenta la particular formación histórica de los Estados en América Latina -que se abordará brevemente más adelante-, pues esta condiciona la materialización de las instituciones estatales dado el carácter impuesto de las relaciones de producción y la división social del trabajo.
Después de una amplia lectura del autor, este ensayo hará frente a su objetivo a través de tres apartados principales. En el primero se conceptualizará la teorización que hace Poulantzas sobre el Estado, desde su libro Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, pero especialmente en Estado, poder y socialismo. En el segundo apartado se determinarán algunas cuestiones contemporáneas que convergen alrededor del Estado y que tienen implicancias de peso para su análisis, haciendo referencia de forma más específica a las categorías de desarrollo y dependencia en el contexto latinoamericano. Finalmente, y como forma de encuentro entre los elementos de análisis, se intentará explicar la vigencia y los aportes más significativos de la obra de Poulantzas para lograr un abordaje teórico del Estado desde esta región del mundo.
Dada la naturaleza del objeto de estudio y lo que se desprende de su análisis -el Estado, el desarrollo, la dependencia y otras categorías sociales y políticas particulares de América Latina-, se opta por un enfoque metodológico de tipo cualitativo. Como es común en este tipo de trabajos, se parte de un marco teórico preexistente que sirve como referencia fundamental. Queda claro, entonces, que el punto desde donde se situará este ensayo es desde la teoría del Estado del pensador greco-francés a la que dedica prácticamente toda su carrera académica reivindicando muchos elementos del marxismo clásico, pero con una gran originalidad signada, además, por su trayectoria personal y el acontecer político de los tiempos en que vivió.
El enfoque metodológico de tipo cualitativo abarca generalmente una cuestión amplia desde la cual se pueden desprender muchas más problemáticas entrelazadas a la cuestión inicial. Es por esto que se considera al enfoque cualitativo y sus características como el más pertinente para abocarse en el estudio del Estado, más aún, en una región convulsa y sumamente particular como América Latina. Entonces, la complejidad del objeto de este ensayo hace necesaria la utilización de métodos de estudio de tipo hermenéuticos, es decir, métodos de descripción, comprensión e interpretación de textos. Se utilizará instrumentalmente el análisis documental de la bibliografía puesta en consideración y que por supuesto, estará debidamente referenciada.
La teoría del Estado en Nicos Poulantzas
Para la segunda mitad del siglo XX, podría decirse que existía una especie de consenso (Thwaites, 2007, p. 4 ) entre los académicos marxistas frente a que Marx había dejado una teoría económica coherente, sofisticada y con solidez epistemológica sobre el modo capitalista de producción. Así no en lo que concierne al desarrollo de una teoría política similar sobre el Estado ni mucho menos había diseñado una estrategia terminada de la lucha revolucionaria.2 Claro está, esto no implica, bajo ninguna circunstancia, quitarle merito a todos los elementos políticos que en determinadas situaciones introdujo el mismo Marx a su obra y que dejaron un gran nicho por construir.
Después de Marx y Engels, solo las obras de Lenin y de Gramsci lograron realizar formidables aportes sobre algunas cuestiones del Estado y, particularmente, sobre la necesidad de volver a los dos primeros. Desafortunadamente con la muerte de Lenin, en 1924, la posterior estalinización de los partidos comunistas y sus lógicas revolucionarias, y con la complejidad que representó la vasta obra de Gramsci en un muy duro contexto, la cuestión de lo político y específicamente del Estado fue quedándose relegada durante muchos años. Incluso por fuera del marxismo, desde Weber -y sus importantes pero muy generales aportes-, prácticamente, no hubo una reflexión teórica sistemática sobre la cuestión del Estado (Thwaites, 2007).
En 1960, Nicos Poulantzas se estableció en París. Allí fue discípulo de Louis Althusser luego de haber estado frecuentando algunos círculos intelectuales que incluían a personajes como Sartre y De Beauvoir. El joven filósofo griego (Hall, 1980) se encontraba muy tempranamente en oposición a las concepciones más ortodoxas sobre el Estado que tenían lugar dentro de la tradición comunista y socialdemócrata, por lo que decide comenzar a trabajar arduamente en el desarrollo de una teoría marxista del Estado. Partimos de una idea fundamental: “no hay teoría general del Estado porque no puede haberla” (Poulantzas, 2014, p. 17). No puede haber una teoría general del Estado porque “Lo político-estatal […] estuvo siempre, aunque bajo formas diversas, constitutivamente presente en las relaciones de producción y, por consiguiente, en su reproducción” (Poulantzas, 2014, p. 12), aún más, “el lugar del Estado en relación con la economía no solo se modifica en el curso de los diversos modos de producción, sino también según los estadios y las fases propias del capitalismo” (Poulantzas, 2014, p. 12). Lo que quiere decir es que para lograr un desarrollo teórico del Estado, este debe estar dentro de un marco especifico signado por el modo de producción capitalista, o el modo de producción determinado en que se quiera enmarcar la conceptualización teórica del Estado.
Esto nos remite a dos categorías que va a diferenciar Poulantzas, ciertamente influenciado por el marxismo estructuralista: modo de producción y formación social. Por modo de producción se hace referencia a la “unidad de conjunto de determinaciones económicas, políticas e ideológicas” (Poulantzas, 2014, p. 13) y dicha unidad que lo caracteriza (al modo de producción) es, en resumen, el predominio de lo económico en la medida en que este elemento se desplace hacia allí y sea determinante como efectivamente lo hace en el modo de producción capitalista y como se distingue de los demás modos de producción históricamente existentes -Poulantzas pone como ejemplo a Marx cuando señala, en el modo de producción feudal, a la ideología en su forma religiosa, como el elemento determinante en aquel modo de producción-. Pero el modo de producción constituye un objeto abstracto-formal (Poulantzas, 2007, p. 10) que como tal no existe en la realidad material. De hecho, solo existe una formación social “históricamente determinada, en un momento de su existencia histórica” (Poulantzas, 2007,p. 6), esta es concretamente real y siempre es original porque se presenta de manera singular. Por lo que, finalmente, la formación social constituye una unidad compleja con predominio de cierto modo de producción. Y es en esa formación social singular donde habita un modo de producción particular predominante sobre otros que se debe desarrollar una teoría del Estado (también de un Estado en particular).
En Poulantzas se recupera la idea de Marx y Engels de considerar al Estado como un factor de orden. Pero él va más allá y explica que el Estado se constituye como el factor de cohesión de los niveles de una formación social (Poulantzas, 2007, p. 43) y que, además, es el lugar donde convergen las contradicciones de dichos niveles. Al existir contradicciones debe haber algo que las cohesione y no permita que se quiebre el nivel dominante. Entonces, el Estado ejerce la cohesión de la formación social por dos medios: en primer lugar, unifica y da consciencia a las clases dominantes y, en segundo lugar, dispersa y atomiza a las clases subalternas. De esta forma, el Estado no es un reflejo estéril de las relaciones sociales, sino que cumple una función autónoma (relativa) en la sociedad contemporánea y solo gracias a esa autonomía relativa es que el Estado puede cumplir un papel fundamental de mantener el orden social capitalista. La autonomía relativa del Estado se funda en dos cuestiones: (1) separación relativa entre lo económico (relaciones de producción, consumo, circulación) y lo político (el campo estatal particularmente), característica del modo de producción capitalista y (2) la naturaleza de la constitución de las clases y de las luchas de clases en el modo de producción y formaciones sociales capitalistas (Thwaites, 2007, p. 245 ). La separación relativa entre lo económico y lo político dará el marco general en que se presenta la autonomía relativa, pero la forma específica que adopte o por la cual se incline, dependerá de la coyuntura precisa en que se encuentre la lucha de clases.
Se debe evitar caer en falsos dilemas y hacer claridad en que el Estado no es un instrumento desprovisto de toda autonomía y a merced del control total de las clases dominantes y tampoco es un sujeto neutral con absoluta autonomía y racionalidad en favor de la sociedad civil (Poulantzas, 2014, p. 154 ). Mantener el orden quiere decir que el Estado representa y organiza el interés político del bloque en el poder, bloque que está compuesto por varias fracciones de clase burguesa, pero para mantener el orden representando y organizando del interés político de esa clase burguesa dividida, se hace necesaria su autonomía relativa con respecto a todas las clases dominantes con el fin de asegurar y cohesionarse en un interés general de la burguesía, pero siempre bajo la hegemonía de una de las fracciones.
Es así como Poulantzas (2014) llega a establecer que el Estado es mejor entendido si se le considera “como una relación, más exactamente como la condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa, siempre de forma específica, en el seno del Estado” (p. 154; subrayado del autor). Entenderlo de esta forma significa que el Estado se caracteriza dialécticamente por estar constituido-dividido de extremo a extremo por las contradicciones de clase. Estas van a ser las que, en última, estén presentes en su constitución, en su armazón material y en la estructura de su organización real. Además, captarlo como condensación material de una relación de fuerzas, es también captarlo como un campo estratégico de lucha donde se “entrelazan nudos y redes de poder” (Poulantzas, 2014, p. 163). Como más o menos se introdujo anteriormente, las fisuras que caracterizan al bloque en el poder no se reducen a las contradicciones entre las clases y fracciones de clase burguesa; “estas dependen igualmente, e incluso sobre todo, del papel del Estado con respecto a las clases dominadas” (Poulantzas, 2014, p. 169). Por consiguiente, las contradicciones en el seno del Estado no corresponden exclusivamente a las divisiones internas del bloque en el poder, sino también a la incidencia política de las clases subalternas sobre esa condensación material. También se puede entender que las luchas populares de las clases subalternas y sus construcciones de poder exceden con mucho al simple plano estatal, no obstante, en la medida en que son de naturaleza política, estas no son precisamente exteriores a él (al Estado). Dice Poulantzas (2014) resumiendo:
[…] las luchas populares se inscriben en la materialidad institucional del Estado, aunque no se agoten ahí [...]. Las luchas políticas que conciernen al Estado, como, más generalmente, cualquier lucha frente a los aparatos del poder, no están en exterioridad con respecto al Estado, sino que forman parte de su configuración estratégica: el Estado, como sucede con todo dispositivo de poder, es la condensación material de una relación. (p. 175, subrayado del autor)
Sin duda, el filósofo greco-francés se va quitando el rotulo -que a propósito le fue impuesto de una forma muy simplista y, si se quiere, injusta- de poseer en exceso un abstraccionismo estructuralista3 de la realidad acercándose a una teoría más relacional acerca del poder donde se puede ver una dialéctica más fluida entre relaciones sociales (luchas) y la materialidad institucional del Estado. A Poulantzas también le queda algo de Foucault y su teorización sobre el poder, pues, aunque no podía estar completamente de acuerdo con él, lo respetaba como académico y le reconocía algunos aportes desde el posestructuralismo francés, manteniendo siempre una prudente distancia como marxista, teórico y militante que se reconocía fervientemente (Hall, 1980). Y en aspectos muy generales, Poulantzas recupera su propia construcción teórica sobre el poder y la trae a colación para dar continuidad a su teorización sobre el Estado, a propósito de esto dice: “el poder no es, en sí mismo, una cantidad o una cosa que se posea, ni una cualidad ligada a una esencia de clase […] el campo del poder es, pues, estrictamente relacional” (Poulantzas, 2014, p. 175).
El desarrollo teórico de Poulantzas entorno al Estado está caracterizado por cortocircuitar categorías, por ejemplo: al determinar que el poder tiene como lugar de constitución el campo de las prácticas de clase (retomando a los clásicos Marx, Engels y Lenin), lo político (en el campo estatal y alrededor de él) puede ser entendido como una función de la estructura, pero también de una práctica de clase. Poulantzas va y viene de las estructuras a las prácticas de una forma magistral que le permite, finalmente, profundizar en aquello del Estado como una relación social que se condensa materialmente y que materialmente se expresa en aparato, pero uno que no se reduce a la dominación política, sino que además asegura la hegemonía de la clase dominante, tiene un papel constitutivo en las relaciones de producción y en la delimitación-reproducción de las clases sociales; lo que a su vez lo vuelve un lugar atravesado por contradicciones y luchas de clase en una amplia y compleja doble vía (clase dominante y sus fracciones de clase y clase dominante-clases subalternas).
Excursus
La obra de Nicos Poulantzas tiene presente en su radar a algunos países de América Latina. Por ejemplo, se hace referencia en reiteradas ocasiones a la caída del Gobierno conducido por Allende y la posterior dictadura de Pinochet en Chile, como así también, pero en menor medida, a la Junta Militar en cabeza de Videla en Argentina. A estos procesos se refiere como totalitarismos del Oeste (Poulantzas, 2014, p. 247). Sin embargo, Poulantzas es muy claro al decir que su urgencia teórica lo hace referirse principalmente al Estado de los países capitalistas dominantes o también llamados desarrollados (países de Europa y Estados Unidos). Además, debido a la internacionalización de las relaciones capitalistas que tenía lugar en ese momento (finales de la década de 1970) y las divisiones de la cadena imperialista, no se puede realizar una teoría general del Estado que abarque todo el conjunto de países dominantes y dominados. El autor también deja ver que en la zona de los países dominados, específicamente América Latina, se asiste a la emergencia de una “nueva forma de Estado dependiente (que, a su vez, se presenta bajo regímenes diferentes), esta forma comporta particularidades considerables que la distinguen de […] los países dominantes” (Poulantzas, 2014, p. 248), señalando los cambios que se producían en el Estado capitalista en su forma estatista autoritaria y, al tiempo, en una increíble organización en favor del bloque en el poder y su fracción de clase hegemónica.
Entonces, cuando Poulantzas señala las particularidades que se deben considerar sobre el Estado en América Latina, deja el camino pavimentando para ahondar en esa nueva forma de Estado dependiente y, por consiguiente, en las condiciones históricas preexistentes que determinan a ese Estado capitalista (y dependiente).
En palabras de Oscar Oszlak (1978) el Estado se concibe como una relación social (bebiendo también de una teoría más relacional del poder como la de Poulantzas), más particularmente como aquella instancia política que articula un sistema de dominación social y se garantiza su reproducción materializándose en un conjunto de instituciones. Aquellas relaciones sociales que se condensarían en la formación de los Estados contarían con una doble condición: la necesidad de articulación y una garantía de reproducción. Esta doble condición también se identificaría en las relaciones sociales necesarias para el desarrollo de una economía de mercado. De esta manera, la existencia del Estado presupone la “presencia de condiciones materiales que posibiliten la expansión e integración del espacio económico (mercado) y la movilización de agentes sociales en el sentido de instituir relaciones de producción e intercambio crecientemente complejas” (p.117). No obstante, cuando se habla de los Estados nacionales en América Latina, se debe tener en cuenta que los procesos emancipatorios del siglo XIX, al sustituir una autoridad totalmente centralizada de carácter colonial por una serie de poderes focales, dificultaron la integración de los territorios, y fueron las nuevas formas de dominación económica a través de la articulación de mercados internos y su paralela integración al mercado mundial como economías periféricas, las que en últimas determinaron una consolidación de la instancia política de dominación social y su materialización, el Estado en América Latina.
Finalmente, estas condiciones históricas que permanecen incrustadas en los procesos de formación estatal, conforme el sistema capitalista adopta nuevas formas y estadios, se van transformando en una suerte de pesadas herencias que se encargan de derrumbar parcial o totalmente algunos supuestos teóricos del Estado y su relación con el desarrollo de la economía de mercado realmente existente en la región.
Cuestiones contemporáneas alrededor del Estado en América Latina
Aunque este ensayo no pretende, de ninguna manera, dar a conocer una novedosa teoría del Estado situándose desde América Latina, sí se propone brindar algunos elementos para su abordaje teórico desde dicho punto de enunciación y con el rico material provisto de la obra de Nicos Poulantzas. Lo que hace necesario determinar algunas cuestiones contemporáneas que parecían haber sido saldadas en el siglo XX, pero que, sin duda alguna, merecen especial atención y no podrían dejar de ser tenidas en cuenta para entender el Estado en clave latinoamericana.
Sobre el desarrollo
Pese a que la cuestión del desarrollo surgió como un tema más de Europa y Estados Unidos en plena etapa de “reconstrucción del mundo”, América Latina no estuvo exenta de la influencia del norte global y es justamente a través de una institución con raíces en aquellos lugares que toma sentido esta cuestión. El Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas estableció la creación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe -CEPAL- en 1948. Con sede principal en Santiago de Chile, la CEPAL establece como sus objetivos fundacionales contribuir con el desarrollo e integración económica de la región y su relacionamiento con el resto del mundo. Esta comisión regional se ha caracterizado por una tendencia keynesiana que, después de su particular buen recibimiento en la posguerra hasta por los economistas más ortodoxos (Kicillof, 2005, p. 16 ), ha sido revisada con el paso de los años, pero aún conserva cierta esencia inspirada en la teoría general,4 como aquella idea de que ante las inminentes fallas del mercado, el Estado -desde una visión muy institucionalista- podría intervenir y corregir para retomar el buen rumbo del modelo económico imperante.
En 1949 la CEPAL le solicitó a su Secretaría General la realización de un informe titulado Estudio económico de América Latina con el objetivo de examinar sistemáticamente los problemas del desarrollo económico de la región, recopilar datos y proyectar las bases para una acción internacional que permitiera el progreso de la economía latinoamericana. El documento de 564 páginas fue el primer insumo para que, en adelante, la cuestión del desarrollo estuviera más que presente en el subcontinente. Cabe destacar tres elementos que son de utilidad en el este escrito: 1) para la CEPAL lo que ocurrió en la Inglaterra del siglo XIX fue un extraordinario avance en las formas de producir. Esto desencadenó un movimiento de propagación universal del progreso técnico que llegó primero a una buena parte de Europa, luego a Estados Unidos y más adelante a Japón; convirtiéndose estos en los centros industriales del mundo. En lo que respecta a la “vasta y heterogénea” -así la describe el propio informe- periferia del naciente sistema, el progreso técnico solo pudo permear algunas capas de la producción de alimentos y de materias primas de bajo costo. 2) El intento de América Latina por adoptar el nuevo sistema de producción requeriría de acciones deliberadas por parte de los Estados nacionales que estuvieran encaminadas al mejoramiento agrícola y a la expansión industrial. Inherentemente esto produciría un excedente de capital humano en los campos que tendría que absorber la industria, sin embargo, según la misma CEPAL, esto no siempre ha funcionado de la manera esperada, dadas también las crecientes condiciones demográficas en los centros urbanos. 3) Y se señala que el problema económico esencial de América Latina consiste en acrecentar el ingreso real (PIB per cápita) por efecto del aumento de la productividad. En otras palabras, pese a que después de la Primera Guerra Mundial la región entró en una nueva fase del proceso de industrialización (concentrado fundamentalmente en los sectores de la alimentación y la producción de materias primas como ya se dijo anteriormente), la distribución de ingresos continuaba siendo mínimo para la época.5
De esta forma, para la CEPAL el Estado debía ocupar un lugar central en el proceso de desarrollo económico. Debía ser capaz de liderar la planificación y conducción hacia el proceso de industrialización (Thwaites y Castillo, 2008, p.7 ). Y, además, debía ser una suerte de árbitro -neutral, por supuesto- que promueva el progreso técnico, proteja las industrias locales estratégicas y, a la vez, emprenda acciones contra las profundas desigualdades de las sociedades latinoamericanas. Este conjunto de acciones estatales se enmarcaba en un proceso mucho más amplio que pretendía buscar la creación de políticas anticíclicas para disminuir los impactos externos en las economías regionales por la ya observada insuficiencia de las exportaciones para llegar a niveles de desarrollo dignos de los centros industriales del mundo. Sin embargo, ya para la década de 1980, el modelo de desarrollo (y crecimiento económico) que se trató de implementar en América Latina con el impulso de la CEPAL y los centros industriales del norte global, fue dejando en evidencia un marcado agotamiento que se arrastraba hace un par de años ya y no precisamente por efectos naturales del mercado. La crisis de deuda externa de los países latinoamericanos, el ascenso de los gobiernos conservadores de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Reino Unido y la alineación cuasi perfecta de condiciones políticas, económicas y culturales en la región, fueron las claves necesarias para virar hacia un modelo de desarrollo aún más salvaje, desigual e impuesto: la globalización neoliberal.
Condiciones periféricas y dependencia
A partir de 1960 comenzó a surgir una nueva perspectiva de pensamiento bajo el nombre de teoría de la dependencia. Esta fue enriquecida con los debates de algunas corrientes de pensamiento neomarxistas y de otros sectores del pensamiento latinoamericano propiamente dicho. Este nuevo enfoque para hablar, observar y pensar a América Latina partía de las condiciones periféricas en las que se hallaban (y se siguen hallando) los países de la región.
Inicialmente habría que replantearse la concepción tan economicista del desarrollo que, pese a ciertos matices y a veces ambigüedades de la doctrina de la CEPAL, seguía siendo ampliamente difundida y aceptada. Como decían Cardoso y Faletto (1977) : “el desarrollo es, en sí mismo, un proceso social; aun sus aspectos puramente económicos transparentan la trama de relaciones sociales subyacentes” (p.11). Esto en virtud de señalar que definir la forma de desarrollarse va más allá de emprender acciones en materia de política macroeconómica, fiscal, monetaria o productiva. El desarrollo como proceso social implica la convergencia de grupos sociales y la construcción de amplios consensos, por lo menos, lejos de las lógicas del capital en cualquiera de sus estados.
Desde sus inicios, el sistema de producción capitalista se ocupó de construir una estructura determinada de relaciones sociales de dominación tanto para los países centrales como para los periféricos. Convéngase que dichas relaciones se hacen evidentes a través del ejercicio del poder que, como ya ha quedado demostrado, desborda con mucho al Estado, incluso cuando este se concibe en un sentido amplio, pues el Estado al ocupar un papel central en la constitución y reproducción de las clases sociales y en las relaciones de producción, concentra un poder más diversificado para intervenir, filtrar, transformar y penetrar realidades sociales (Poulantzas, 2014, p. 37 ). De esta forma, pensar la cuestión del desarrollo (desde el punto de vista económico) también es pensar en las formas de poder que delimitan las relaciones sociales en América Latina, formas que trascienden y mutan no solo desde la formación de los distintos Estados nacionales, sino también desde el pasado colonial.
Esto último dejó una pesada herencia en todas las estructuras y formas de relaciones sociales y, por ende, en los aparatos económicos. No se trata de justificar el estancamiento o la incapacidad de desarrollarse plenamente (si es que eso es posible) en la colonialidad y los vestigios que dejó, es más bien una cuestión de reconocer las condiciones preexistentes sobre las cuales van a nacer la mayoría de elementos de la estatalidad latinoamericana en el siglo XIX y las consecuencias casi que inmediatas de su inserción al mercado mundial y a la forma capitalista de producir, determinadas por la configuración de las burguesías nacionales en una particular alineación-imposición con los intereses de los países centrales.
La binariedad centro-periferia va a dejar en evidencia, a partir de la idea clásica del comercio internacional, las ventajas relativas y absolutas, y con la fuerza de las relaciones sociales de dominación profundizadas en el capitalismo, que solo las economías centrales son las que se van a beneficiar. Como ya se vio en un apartado anterior, por ejemplo, no importan el volumen ni el valor de las exportaciones en las economías periféricas, tampoco el estado de industrialización de algunos de sus sectores estratégicos, sus aparatos productivos nunca serán lo suficientemente fuertes como para lograr una mayor y más eficiente distribución de los ingresos y los problemas de excedentes de capital humano nunca terminarían de resolverse. Así, la teoría de la dependencia trata de explicar cómo el subdesarrollo impuesto en la periferia muy tempranamente es condición necesaria para el desarrollo de los países centrales. Permanecer y perpetuar aquella binariedad genera también que la cuestión del desarrollo sea abordada sobre todo como un tema de crecimiento económico, lo que trae una visión muy equivocada sobre cuál debe ser la línea de acción estatal, porque no va más allá que de tratar de implantar y reproducir los momentos de cambio que vivieron los países centrales en su proceso de industrialización, se equiparan con lo no equiparable en términos del desfase que existe entre las etapas de los sistemas productivos del centro y la periferia y desconocen, una vez más, las condiciones históricas preexistentes (relaciones sociales de dominación desde la época colonial).
Entonces, se hace necesaria una ruptura radical de la relación de dependencia, más aún cuando las burguesías nacionales y demás grupos disgregados de poder son incapaces de ejercer un despliegue industrial y social más equitativo. No obstante, pensar en esa ruptura se hace más difícil cada vez que se sigue asumiendo la existencia única de un modelo de desarrollo agotado, ajeno y desigual. Trascender el horizonte capitalista implica también pensarse formas propias y autónomas de desarrollarse como sociedades que han padecido múltiples formas de dominación y sometimiento, incluso, desde que nacieron y tomaron más o menos las formas en que se conocen hoy en día. Pensar alternativas y más espacios de autonomía también es recuperar la esencia de la teoría de la dependencia, interrumpida junto con la doctrina del desarrollo de la CEPAL por la ofensiva neoliberal y su amplio despliegue regional.
Poulantzas en América Latina
Recuperando la lectura de García Linera (2015) , el Estado se presenta entonces como un lugar y un proceso paradojal, pues por un lado representa relaciones materiales e ideales y por el otro, es un proceso de monopolización y universalización.6 Justamente ese rasgo paradojal es lo que otorga a la cuestión del Estado cierta opacidad y vuelve incorrecta la percepción simplista de carácter instrumental y sometido totalmente a la voluntad de la clase dominante. Pues como ya vimos, el Estado no solo se encarga de garantizar la reproducción de la hegemonía dentro del modo de producción capitalista, sino que -y esto es fundamental para su comprensión- también debe cohesionar socialmente a los actores subalternos a tal punto que en muy destacadas ocasiones las luchas sociales y populares atraviesen la estatalidad, resalten las contradicciones de ese lugar y proceso paradojal y logren conquistas que pueden llegar a generar mucho ruido en la clase burguesa y su fracción hegemónica en el bloque en el poder (para ponerlo en términos muy poulantzianos).
América Latina como región de un continente compuesto mayoritariamente por excolonias y que en su proceso emancipatorio y de formación estatal se insertó al mercado internacional ya bajo unas lógicas de dependencia y, por ende, desigualdad, puede significar un gran caso para entender al Estado como esa relación social compleja, contradictoria y paradojal. Y es que fue precisamente Nicos Poulantzas, con la construcción teórica que realizó con respecto al Estado, quien inauguró una nueva etapa para su estudio, que valga decirlo, tuvo gran recepción en pensadores latinoamericanos del calibre de Enzo Faletto, Fernando H. Cardoso, José María Aricó, Juan Carlos Portantiero, entre muchos otros. En este punto, es preciso retomar lo que Gorriti (2018) sugiere:
Un aspecto que prácticamente no ha sido subrayado por los comentaristas de la obra de Poulantzas es la profunda influencia que ejercieron en ella las teorías latinoamericanas de la dependencia y del desarrollo, de las cuales aquellos referentes mencionados fueron algunos de sus principales exponentes. El diagnóstico clave que atraviesa todos los escritos del autor durante la década de 1970 es que el capitalismo está atravesando a nivel mundial una crisis grave que abre un período de agudización de la lucha de clases y que pone de relieve nuevamente la cuestión del Estado de excepción y del fascismo (Poulantzas, 1973a). La instauración de dictaduras militares en Europa y en América Latina hacía evidente que estos problemas, lejos de ser propios de una historiografía académica, revestían una actualidad política y teórica indiscutible. De este modo, con el propósito de situar este momento de crisis en el marco del capitalismo actual, con sus configuraciones nacionales e internacionales, Poulantzas recurrió a la teoría del imperialismo de Lenin (pp. 134-135).
Siguiendo con la línea que marca Gorriti, Poulantzas, entonces, se encargó de sumar la teoría del imperialismo de Lenin y la complementó con las teorías de la dependencia que surgieron en América Latina. Esto con relación a las profundas modificaciones que el imperialismo habría permeado sobre el sistema capitalista a nivel internacional y en un sentido económico y político, pues las formas (condicionadas) realmente existentes en que las economías de cada formación social en específico se van a ir insertado al mercado mundial, van a ser determinantes en la materialización institucional de los Estados y, por supuesto, en las pujas que se van a dar a nivel interno en el bloque que está en el poder. De acuerdo con el marxista griego, el imperialismo va a condicionar desde afuera los procesos históricos de los países dependientes de un centro dominante, inscribiéndose sobre sus ejes políticos, ideológicos, sociales y económicos a nivel interno de cada país.
Nos encontramos aptos para decir que la obra de Nicos Poulantzas puede ser de gran utilidad y hasta actualidad para el estudio del Estado desde América Latina. A pesar de que su vida terminó en plena crisis del capital global y en la temprana consolidación del neoliberalismo, este también dejó sentadas las bases para determinar acciones estratégicas y elementos de análisis para lo que se vendría camino arriba. Y, como ya está claro el punto de enunciación de este ensayo, es de vital importancia considerar lo que ha significado la gestión neoliberal del capitalismo en los países dependientes que integran América Latina y, por supuesto, develar muy concretamente los cambios presentados en esa clásica tensionante relación economía-estado que será determinante para los elementos teóricos necesarios al momento de estudiar al Estado en y desde esta región.
Globalización neoliberal
Más de tres décadas después de la consolidación de la hegemonía neoliberal en la región, la crisis de septiembre de 2008 dejó en evidencia las fallas estructurales del sistema capitalista global en sus formas más recientes. Arrasó, fundamentalmente, con aquel mito que proclamaba la “superioridad del libre mercado para articular la sociedad a escala nacional y planetaria y su correlativo desprecio por la intervención estatal” (Thwaites, 2010, p. 20 ).
Las características de la hegemonía neoliberal ya son bien conocidas, pero no está de más mencionarlas: desregulación de los mercados laborales y financieros, privatización de los servicios públicos, puesta en marcha de políticas monetarias favorables al capital financiero de y en desmerito de la producción y el aumento de la regresividad fiscal en beneficio de los más ricos (Thwaites, 2010, p. 21 ). El ya clásico recetario neoliberal no podría haber sido aplicado sin la promoción por parte de organismos multilaterales (FMI, Banco Mundial, Comisión Europea, etc.) y por los gobiernos de los Estados centrales que se hacen con el poder dentro del capitalismo globalizado en articulación -y no es menor este rasgo- con los Estados nacionales de la periferia misma. Lo que se dejó en evidencia en septiembre de 2008 fue una crisis sistémica de sobreproducción y sobreacumulación, ocasionada por la reducción de la capacidad de consumo de las clases populares (Thwaites, 2010). O, dicho de otra forma, se evidenció que los mercados en el mundo real (particularmente en la periferia) no son perfectamente competitivos, no tienden a ningún equilibrio porque no todos los intercambios comerciales son beneficiosos ni los recursos se asignan eficientemente.
Relación Estado-Economía
La globalización neoliberal y su crisis de 2008 no solo reveló las fallas sistémicas del capitalismo actual y su problemática conceptualización desde la economía neoclásica como ya se advirtió, sino que también trajo consigo el resurgimiento de un viejo debate sobre la relación del Estado y la economía. Después de la crisis, ¿es preciso seguir satanizando la intervención del Estado?, ¿cuál es exactamente la relación que se da entre el Estado y la economía?, ¿qué dice la ciencia económica neoclásica funcional al neoliberalismo sobre el papel del Estado en la economía? Y más aún, ¿es el Estado el llamado a hacer verdaderamente eficiente una economía de mercado? Son solo algunos interrogantes que resultan pertinentes para entender y construir una teoría del Estado desde América Latina.
Si bien la hegemonía neoliberal trajo consigo un achicamiento en el tamaño del Estado y una reducción de sus funciones intervencionistas, el poder global no se desplegó ni se ha desplegado autónomamente, sino por medio de los Estados nacionales. Incluso podríamos hilar más finamente. Ya lo decía el marxista griego (2014) cuando afirmaba que el lugar del Estado en relación con la economía se va a modificar en el curso de los diversos modos de producción y en los estadios y fases del capitalismo (Poulantzasm, 2014, p. 12 ). Más específicamente, “el lugar del Estado respecto a la economía no es siempre más que la modalidad de una presencia constitutiva del Estado en el seno mismo de las relaciones de producción y de su reproducción” (p.13) y por tanto de las relaciones de poder. Ahora bien, en el modo de producción capitalista -recordemos que se entiende por modo de producción a la unidad de un conjunto de determinaciones económicas, políticas e ideológicas- se genera una estructura que separa relativamente al Estado del espacio de la economía. Esta separación relativa es la que finalmente va a permitir que el Estado se configure como garante, constituyente y reproductor de las relaciones sociales de producción capitalistas en función del bloque de poder dominante dentro del Estado (por ejemplo, al desplegar sin mucha resistencia la consolidación del modelo neoliberal en las décadas de 1980 y 1990 en la región); y al tiempo, también ordenará las clases subalternas que pueden devenir en una articulación de fuerzas sociales que busquen mayores espacios de autonomía con respecto al capitalismo global (podría evidenciarse en el auge de los gobiernos progresistas o de impugnación7 al neoliberalismo que tuvieron lugar en algunos países de América Latina desde comienzos del siglo XX).
Nuevamente las economías de mercado realmente existentes en la región y, por consiguiente, su inserción con el mercado internacional, no son capaces de brindar respuestas muy concretas o útiles para evaluar la verdadera eficiencia del mercado, tendríamos que acudir a literatura heterodoxa y fuera de lo convencional para abordar más incisivamente la problemática de las fallas del mercado. Lo que sí queda claro, es que el Estado, al ser la condensación material de una relación de fuerzas sociales (Poulantzas, 2014, p. 154 ), es el espacio llamado para luchar contra los elementos de dominación y dependencia en el seno mismo del Estado y a la vez ganar mayores espacios de autonomía a través de la irrupción popular y la profundización democrática de base. El Estado como esa condensación de fuerzas sociales es el lugar correspondiente para generar contrapesos y resistencias.
El legado político de Poulantzas
Aun cuando Nicos Poulantzas se haya destacado por darle solidez teórica a su obra sobre el Estado, no hay que olvidar que como marxista y víctima de una dictadura militar en su país de origen, fue un ferviente militante del Partido Comunista del Interior, una ruptura del Partido Comunista griego debido a su vínculo estrecho con Moscú y que surge luego de la invasión soviética a la ex Checoslovaquia. Poulantzas fue un teórico y un militante dedicado aún en el exilio, nunca olvidó sus vínculos y siempre se mantuvo sensible ante su exterioridad. Como lo dejó ver Stuart Hall (1980) en un artículo publicado para la New Left Review, el filósofo griego era alguien a quien la realidad que lo rodeaba le afectaba en sobremanera y siempre se esforzó para que su desarrollo teórico (de por sí complejo para ser honestos) pudiera ser bajado a la militancia de base y a los movimientos populares que ya tomaban bastante auge para la segunda mitad del siglo XX (como por ejemplo el movimiento ecologista, el de estudiantes o el de las mujeres).
Reconociendo entonces su sensibilidad política y su solidez teórica, Poulantzas nos deja algunas reflexiones estratégicas de cara a la coyuntura que él vivía pero que como hemos visto y seguiremos viendo, pueden seguir vigentes en alguna medida o pueden servir de base para una construcción renovada. Esto se presenta fundamentalmente en la parte final de su último libro Estado, poder y socialismo:
En primer lugar, Poulantzas va a reflexionar en torno a la tarea que tuvo Lenin para llevar a cabo por primera vez la transición al socialismo y la extinción del Estado, dado pues que las indicaciones que Marx había dejado resultaban insuficientes. Al respecto, Poulantzas decide retomar a Rosa Luxemburgo y su formidable crítica al proceso de Lenin (de la cual el mismo Lenin no tenía más que buenas opiniones). Lo que Rosa va a criticar es especialmente el momento de disolución de la Asamblea Constituyente elegida bajo el gobierno bolchevique en favor de los soviets, pues ella consideraba que no se podían desechar de esa forma algunas instituciones de la democracia representativa. Aún más, Poulantzas cita textualmente a Rosa cuando decía que “sin elecciones generales, libertad de prensa y de reunión ilimitada, libre confrontación de las diversas opiniones, la vida se apaga en toda institución política y sólo triunfa la burocracia” (Luxemburgo, 2017, p. 66). En segundo lugar, Poulantzas deja claro a lo largo de toda su obra que la estrategia política más pertinente es la que él denomina socialismo democrático y hace énfasis en la necesidad de disputar el poder dentro y fuera del Estado. No obstante, él no oculta que hay un problema detrás de esa estrategia y es la de cómo articular una democracia representativa transformada con la democracia directa de base. No se trata pues de construir algún modelo o lineamientos prefabricados, sino más bien de poner en consideración las situaciones concretas en cada país y a partir de eso adoptar las estrategias más pertinentes, pero siempre y, sobre todo, buscando nada más que un socialismo democrático. Al mismo tiempo reconoce claridad sobre otro aspecto, y es que la nueva estrategia que se desarrolle en cada país en cuanto a la toma de poder del Estado debe ser a partir de las masas populares y sus organizaciones. Sobre todo, Poulantzas (2014) señala que: “El Estado, hoy menos que nunca, no es una torre de marfil aislada de las masas populares. Sus luchas desgarran al Estado permanentemente, incluso cuando se trata de aparatos en los que las masas no están físicamente presentes” (p. 315). Finalmente y en tercer lugar, Poulantzas insiste en que una vía democrática al socialismo y un socialismo democrático, no debe conducir a un reformismo legislativo o parlamentario. Todo lo contrario. Se debe producir un proceso de rupturas efectivas que lleven a un punto de inflexión en el cual la relación de fuerzas esté a favor de las masas populares en el terreno estratégico del Estado. Estas rupturas deben darse en el conjunto de sus aparatos y dispositivos (aparatos represivos, aparatos ideológicos, congreso/ parlamento, administración del Estado, etc.). Inherentemente, conducir el destino hacia un socialismo democrático, implica peligros que la historia ya ha mostrado (Poulantzas cita especialmente al caso chileno) siempre van a estar presentes, tal como lo es la reacción del adversario (la burguesía); al respecto, Poulantzas plantea como posibles respuestas: radicalizar las rupturas al interior de los aparatos del Estado y, sobre todo, el apoyo decisivo y continuo del movimiento de masas populares. Él mismo reconoce que, si bien la historia no tiene para mostrarnos un ejemplo exitoso de una vía democrática al socialismo, sí ha brindado reflexiones estratégicas para nada despreciables que se resumen en una frase: “el socialismo será democrático o no será tal” (Poulantzas, 2014, p. 326).
A pesar de la simplista rotulación de estructuralista que se ejerció contra Nicos Poulantzas, el marxista griego fue capaz de articular magistralmente sus lecturas de los clásicos con la teoría contemporánea y, al mismo tiempo, le imprimió una originalidad que, tal parece, no ha sido del todo bien valorada. Poulantzas, al igual que Marx, pasó de la filosofía jurídica al Estado y luego a la economía política. Su materia prima se basó en la filosofía francesa (Sartre, Althusser y Foucault), en la ciencia política italiana poniendo en valor la obra de Gramsci, además del derecho romano-germano. Su noción del Estado como relación social, proporcionó los elementos teóricos y de análisis suficientes para salir de ese espinoso debate en el que se le inscribió entre instrumentalismo vs. estructuralismo. A su vez, el desarrollo de los conceptos de autonomía relativa y selectividad estratégica son los que van a determinar, por ejemplo, las acciones políticas ciertamente contradictorias y a veces opacas, de los sistemas estatales. Supo reconocer la urgencia teórica de no caer en un excesivo estatismo y, por el contrario, reconoció el papel combativo que también ocupaban las clases subalternas dentro y fuera del Estado. Y, además, se salió de la lógica aparatos represivos + aparatos ideológicos = Estado, pues pese a que sin duda alguna estos elementos se corresponden con el accionar del Estado, este no se reduce al papel de la dominación política desde distintos frentes, sino que organiza, articula y condensa las relaciones de fuerza al interior de él mismo y garantiza la hegemonía de la clase dominante.
La obra de Poulantzas también se vio cautivada por las teorías de la dependencia que algunos teóricos marxistas y neomarxistas desarrollaron sobre todo en los años setenta, fue capaz de hallar su relación con la teoría del imperialismo hecha por Lenin y articular ambas construcciones para determinar la incidencia de los países dominantes sobre las coordenadas políticas, sociales, ideológicas y económicas de los países dominados a través de las relaciones capitalistas previamente establecidas, y profundizadas en pleno auge de internacionalización del capital, crisis económica y una paradoja estatista autoritaria mientras nacía el neoliberalismo que, por un lado implicaba una separación relativa más marcada del Estado y la economía y por el otro, se fortalecía con formas bastante autoritarias para asegurar la hegemonía del capital.
Finalmente, la solidez teórica y la visión aguda de la política que poseía Poulantzas devienen en unos muy ricos aportes que pueden ser tomados en cuenta para la construcción de una teoría del Estado desde América Latina e incluso para pensar en un horizonte distinto. Si algo podemos observar en esta parte del mundo que habitamos, es que se le caracteriza constantemente como una región compleja, convulsa y hasta en permanente crisis. Esas denominaciones no son gratuitas, pues al revisar la particular formación del Estado en los países de América Latina, se puede encontrar que los procesos emancipatorios per se no implicaron una construcción estatal, sino que fue necesaria la consolidación de otros factores también de carácter excluyente como los pactos entre las clases altas nacionales que se convertirían en las burguesías locales y el desarrollo de un mercado nacional que pudiera articularse de alguna forma con la economía internacional; inserción que se da precisamente en el marco de una relación de dependencia y desigualdad y que va a ser determinante para la futura materialización institucional del Estado. Si los países de América Latina son complejos, convulsos y se hallan en permanente crisis es porque las sociedades realmente existentes están fragmentadas, individualizadas, agotadas y frustradas. Cada tanto ese sentir se canaliza en fuerzas sociales y populares capaces de rasgar los aparatos y dispositivos de los Estados nacionales. Los movimientos sociales y populares cada tanto se articulan en la construcción de una voluntad nacional-popular y logran, incluso, entrar a disputar diferentes frentes de la prolongación hegemónica dentro y fuera del Estado. La transformación radical y la correlación de fuerzas parecen no estar consolidadas, pero se pueden lograr.