ARTÍCULOS DE REFLEXIÓN
DOI:
https://doi.org/0.24142/raju.v15n31a6
Revista Ratio Juris,
Vol. 15 N.º 31 (Julio-Diciembre de 2020),
pp. 645-667 © UNAULA ISSN: 1794-6638 / ISSNe: 2619-4066
Recibido: 20 de marzo de 2019 - Aceptado: 20 de abril de 2020 - Publicado: 30 de noviembre de 2020
Sacerdote. Estudios filosóficos y teológicos en el Seminario Mayor la Providencia de El Espinal (El Espinal, Colombia). Candidato a doctor en Pensamiento Complejo de la Multiversidad Mundo Real Edgar Morin (Hermosillo, México). CvLAC: https://scienti.minciencias.gov.co/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000016806 Correo electrónico: andrecarcar1981@hotmail.com
Docente investigador de la Universidad San Buenaventura sede Medellín (Medellín, Colombia). Ph. D. en Pensamiento Complejo, Multiversidad Mundo Real Edgar Morin (Hermosillo, México). Psicólogo, Universidad Salesiana de Quito (Quito, Ecuador). Google Scholar: http://scholar.google.es/citations?user=qtbkl48AAAAJ&hl=es Correo electrónico: jose.andrade@usbmed.edu.co
Resumen
Este es un artículo de reflexión que tiene como objetivo revisar la noción de poder desde la complejidad, en particular, desde el paradigma de la complejidad de Edgar Morin. El poder puede ser visto desde una mirada compleja dadas sus múltiples interacciones y dominios, así como también a razón de la necesidad de descentrar su explicación y ampliar sus posibilidades comprensivas. Como red de expansión se instala en la redistribución de las interacciones políticas, y a modo de andamiaje de cambio sociopolítico dado que moviliza energía, recursos e información, aspectos necesarios para comprender el poder en clave de propensión transformadora colectiva.
Palabras claves: complejidad; paradigma de la complejidad; paradigma de la simplicidad; pensamiento complejo; poder.
Abstract
This is a reflective article that aims to review the notion of power from complexity, particularly from Edgar Morin’s paradigm of complexity. Power can be seen from a complex point of view given its multiple interactions and domains, as well as the need to de-center its explanation and expand its comprehensive possibilities. As an expansion network, it is installed in the redistribution of political interactions, and as scaffolding for sociopolitical change since it mobilizes energy, resources, and information, aspects necessary to understand the power in the key of collective transforming propensity.
Keywords: complexity; the paradigm of complexity; simplicity paradigm; complex thinking, power.
Resumo
Este é um artigo reflexivo que objetiva revisar a noção de poder a partir da complexidade, em particular a partir do paradigma da complexidade de Edgar Morin. O poder pode ser visto de um ponto de vista complexo devido às suas múltiplas interações e domínios, bem como à necessidade de descentrar sua explicação e expandir suas possibilidades abrangentes. Como rede de expansão, se instala na redistribuição das interações políticas, e como andaime para a mudança sociopolítica, pois mobiliza energia, recursos e informações, aspectos necessários para a compreensão do poder na chave da propensão transformadora coletiva.
Palavras-chave: complexidade; paradigma da complexidade; paradigma da simplicidade; pensamento complexo, poder.
El concepto de poder es uno de los constructos críticos de mayor uso y arraigo en torno a los desarrollos en ciencias sociales. Las reflexiones sobre este tema son extensas, dada la preocupación en torno a sus manifestaciones, ejercicio y derivaciones, no obstante, a la fecha sigue constituyendo discusiones de amplia investigación y circulación académica, tanto en el ámbito disciplinar como en el argot popular. Cabe anotar que, pese al uso extensivo y naturalizado del concepto, se advierte en él una interpretación imprecisa y a menudo vaga que difumina a menudo su sentido y operatividad (Montbrun, 2010; Rivera, 2002). Conviene precisar que el concepto de poder presentó una permanencia lineal acorde al período de la revolución liberal llamada también de las insurrecciones burguesas de finales del siglo xviii, y en función de la emergencia y reificación del positivismo emergente a inicios del siglo xix, el cual se extendió y desplegó por toda Europa en la segunda mitad de dicho siglo. No obstante, en el período marxista, la crítica a las ideologías y la emergencia de un nuevo pensamiento social-moderno y crítico, dio pie a nuevas perspectivas y trayectorias interpretativas.
Para Hannah Arendt (1983, 1998), el poder está asociado a dificultades políticas que giran en torno a la obediencia, legalidad y seguridad de los estados, pero también es parte importante de la vida de los grupos oprimidos, aspecto en el que coincide con Scott (2000), es decir, que gravita en torno a la experiencia, interpretación e instrumentalización, por lo que se encuentra íntimamente relacionado con una concepción vertical de autoridad. En contraste, la teoría de la complejidad emerge como propuesta y oportunidad, ante los notables vacíos epistemológicos y explicativos de las ciencias duras (Morin, 1977), llamadas así, por su particularidad de entender la realidad y los fenómenos que la componen, a partir de visiones sesgadas, disyuntivas, jerárquicas y limitadas, que reducen los fenómenos a la lógica causa-efecto, y evitan la incertidumbre y la no linealidad, es decir que, restringen los conocimientos a una lógica lineal que escasamente toma en cuenta el diálogo de saberes, la transdisciplina o la posibilidad de tejer conjuntamente el conocimiento (Andrade, 2018a). Esta tendencia paradigmática es llamada por Edgar Morin (1977) el “paradigma de la simplicidad”, y referencia gran parte de la herencia del cartesianismo en la investigación y el desarrollo científico, mismo que ve en el desorden, el caos, lo emergente y la no linealidad, un ordenamiento disciplinar secundario, cuando no imposible.
Complejidad significa complexus es decir, tejido conjunto de elementos, procesos, acciones que interactúan entre sí, a través de sí y más allá de sí (Morin, 1991), por lo que dan forma a mayores relaciones e imbricamientos, de los cuales emergen multiplicidades de relaciones, operaciones, elementos, condiciones e interpretaciones como en el caso de la generación de conocimiento y de temas como el poder, tópicos que resultan cada vez más especializados, diversos y complejos. Si bien esta mirada reticular puede ser tildada de relacionista, es importante considerar que dichas relaciones complexus van más allá del fenómeno en sí, dado que en la complejidad las identidades (formas que adquieren los fenómenos y que emergen de las interrelaciones) se tornan relativas y a la vez dialógicas –se relacionan con sus antagonismos– porque el todo se considera en expansión y cambio permanente (Lupasco, 1987). De allí que, por ejemplo, en investigación un fenómeno no pueda considerarse estático, monolítico o en equilibrio constante, puesto que está sujeto a la influencia del desorden o caos interno – producido por sus propias operaciones– y al caos adyacente –procedente de otros sistemas–, por lo que, se encuentra adscrito y subordinado al entorno o contexto, lo cual lo invita a generar e integrar nuevas formas de cambio, funcionamiento y representación no lineal (Andrade & Rivera, 2019).
Dicho esto, existe también un carácter probabilístico, paradojal, caótico e imprevisible en los fenómenos interaccionales humanos como el poder, lo cual hace de la interacción social un fenómeno complejo propio de la subversión de la vida en sociedad. En este sentido, el poder como fenómeno complejo se deriva del entrelazamiento entre fenómenos sociales anidados, cuya orientación al cambio, transformación y reorganziación social, permite la actualización resignificamte de los sistemas sociales y políticos, a la vez que la modificación recursiva y recurrente de las relaciones, estructuras y condiciones sobre las que se engrana el poder (Baudillard & Morin, 2004). Para Morin (1998) la complejidad, a modo de retículo conjunto de relaciones e intercambios fenoménicos, está presente en toda organización, y su actividad recursiva permite tanto la transformación como la identidad del sistema. Sin embargo, dicha identidad resulta relativamente estable porque está sujeta a las modificaciones emergentes del entorno y también, a las alteraciones endogénicas del mismo sistema. Cabe anotar que dichos cambios operan como engranes y a la vez como atractores que convocan la unidad múltiple a través del principio dialógico, por lo que, en su decurso asociativo generan encuentros, roturas, desencuentos, desequilibrios, antagonismos, afinidades, asociaciones, diferenciaciones y complementariedades.
Para subvertir los saberes y generar una mirada más amplia y relacional del poder es menester reconocer que los modelos explicativos lineales, construidos por el paradigma de la simplicidad, sostienen ideas como la división del todo en sus partes, la anulación de la incertidumbre, la disyunción de las realidades, la jerarquización de los procesos y la reducción de la no linealidad a la relación causa-efecto, con lo cual se sesgan los saberes y limitan las posibilidades-potenciales de comprensión de los fenómenos que el poder suscita, tales como, actos de resistencia, violencia, ideologización, o la organización de frentes de lucha. Este reduccionismo es clave para entender el paradigma de la simplicidad como paradigma reductor-fragmentario de la complejidad, reducción que opera a modo de limitación porque censura la oportunidad de transgresión de las fronteras interpretativas generando cegueras del conocimiento. Dicha propensión se encuentra asociada según Prigogine (1995) a las ideas de linealidad que desde Newton y sus antecesores fueron clave para el desarrollo ulterior de la física clásica y mecánica, pero que, ha encontrado en la complejidad un pensamiento contrahegemónico y emancipador. Al respecto Prigogine expresa que “somos hijos de dos paradigmas de la cultura occidental: el paradigma de Parménides (ser como inconmovible, lo igual a sí mismo, perfecto, lo armónico) y del paradigma de Heráclito (movimiento, flujo, devenir)” (Andrade, 2019, p. 135).
Cabe mencionar que en gran medida Newton y posteriormente Taylor y Laplace pueden ser reconocidos como precursores de una visión linealizada del mundo y del universo, mirada ampliamente extendida a las ciencias sociales y humanas a través de los múltiples encuentros entre las matemáticas y otras disciplinas (Durán et al., 2008). Para Newton el mundo y universo operaban a modo de maquinaria predecible y estructurada matemáticamente, de la cual se podían obtener datos y trayectorias específicas una vez se conociera la ecuación exacta con la que se estructuraban sus operaciones (Newton, 2002/1687). Estas ideas fueron continuadas por su discípulo, Pierre-Simon Laplace quien, bajo modelos de comportamiento predictivo, recreó un universo lineal y predecible, de modo que bajo la metáfora que este denominó el demonio de Laplace, indicó que si existiera un hado o demonio capaz de conocer las condiciones iniciales de formación de un fenómeno, al igual que su comportamiento en el tiempo y sus trayectorias actuales, se podría predecir perfectamente cómo dicho objeto se comportaría en el futuro, lo cual dio origen a una visión lineal, presumible y fragmentaria del mundo y del universo (Durán et al., 2008). Así mismo, las ideas de Taylor influyeron en la formación de dicho pensamiento linealizado. Lo que se denomina modelo lineal de Taylor referencia el conjunto de series implicadas en la resolución de ecuaciones diferenciales lineales y no lineales, de modo que incluso la incertidumbre podría desde esta perspectiva ser matemáticamente entendida y programada.
Estas tres posiciones, que no son las únicas, referencian la mirada lineal en el pensamiento científico, y como se ha dicho, de ellas han partido muchas interpretaciones desde otras disciplinas a los fenómenos sociales. No obstante, el esboso de reduccionismo que traen consigo, no deteriora su importante aporte a la comprensión de fenómenos como el funcionamiento social, la cultura, la ideología o el poder. Conviene precisar que en el tema del poder existen miradas reductoras que lo ubican en el plano de la intermediación de la fuerza-instinto (Mauss, 1971); como resultado de la experiencia individual (Cassirer, 1968); propio de los atributos/procedimientos de un sujeto o institución (Galambaud, 1987); originado en diferenciación humana (Rousseau, 1999); efecto de las relaciones entre familia, propiedad y Estado en el marco de procesos civilizatorios y de industrialización (Engels, 1891); entre otras, que si bien son importantes, pueden resultar insuficientes para comprenderlo desde una lógica relacional y compleja.
El paradigma de la simplicidad influenció las disciplinas, las organizaciones y también, las prácticas emergentes de cada contexto. Al respecto Sérieyx (1993) afirma que una de las consecuencias de la mirada reduccionista del poder, fue su mal manejo en las organizaciones productivas, dado que bajo un modelo de poder-lineal y jerarquías los subalternos sentían perder su libre albedrío, además de sentirse limitados para tomar decisiones y reducidos a una función operativa sin posibilidades de promoción a nuevos cargos, o dicho sea de paso, de asumir mejores competencias.
Así mismo, una mirada clásica del poder como poder lineal es la propuesta por Toffler (1980, 1997) para quien el cambio de poder está centrado en el cambio de la sociedad (de masificada a no masificada) en tanto fuerza y dinero. Esta mirada es reductora pues entiende el poder en función de relaciones materiales de consumo y supeditación de la fuerza de trabajo a la dependencia laboral, por lo que dicha acepción es restringida al ser admisible en el marco de la sociedad industrial, más que en las sociedades contemporáneas donde existen múltiples formas de relación social-comercial. Para algunas personas y grupos el poder estriba en la motivación para trasformar la realidad personal y colectiva, lo que a menudo, en el caso político, se manifiesta a través de la búsqueda de aceptación de acciones intencionadas, justificadas y políticamente legítimas a sus intereses, que en realidad enmascaran deseos particulares o de facción, y un notable individualismo (Dahl, 1957). Dicho contexto constituye poderes escénicos prestos al servicio de la reideologización, la impunidad e inequidad, por lo que una de las formas de linealizar la acción política se centra en prediseñar escenarios de conflicto, los cuales se consumen dado su grado de polémica y ambigüedad con el fin de encubrir la verdad y desvíar la atención colectiva de otras realidades que requieren atención urgente o contestataria (Balandier, 1994).
En contraste a lo expuesto, una mirada compleja implicará no solo integrar estas posiciones, sino superarlas a través de una perspectiva de conjunto que comprenda el poder como emergente de dichos fenómenos, pero trasgresor de los límites que estos imponen, por lo que, situaría el poder como emergente de la reticularidad de relaciones que le dan forma y sentido, mismas que bajo dicha inferencia adquieren la connotación de relaciones complejas de poder.
Etimológicamente el término poder proviene del latín posssum-posse- potis y de la raíz indoeuropea poti (amo, dueño o esposo) (Roberts & Pastor, 2013), que significa: ser capaz (pote est-potest) o tener la fuerza de poseer o de hacer algo (pos-sum). El poder como capacidad es a la vez un poder- potencialidad que incumbe no solo a lo que se hace en la actualidad, sino también a las posibilidades creadoras y a la vez destructivas que su ejercicio conlleva. De allí que el poder sea un concepto fundamental en las ciencias sociales y políticas, a la vez que constituya un tema de amplio debate a nivel inter y transdisciplinar (Lukes, 2007). No obstante, puede ser asumido también como una noción transformadora, presente a modo de energía creadora en todas las estructuras vivientes. Así las cosas, el poder constituiría la fuerza de cambio presente en un sistema cada vez que quiere operar a través de sus propios esfuerzos y potencialidades, y de él se desprenden tanto la organización como la novedad, a la vez que lo emergente y la identidad (Álvarez-Buylla et al., 1996). Dichas nociones no solo se aplican a los sistemas vivos, puesto que pueden extrapolarse al análisis de las relaciones entre orden, caos y estabilidad a nivel social, organizacional y político (García, 1996).
Estas pasarelas tienen como impronta, la creación e inversión de energía en un sistema como propensión al desgaste y a la vez, como potencialidad de creación (Cereijido, 1996). Dichos elementos se encuentran asociados a la termodinámica de los procesos físicos y sociales, por lo que, una mirada al poder desde una perspectiva compleja, permite isomorfismos entre física termodinámica y ciencias sociales (Andrade, 2019; Tyrtania, 2003). El poder puede convertirse en energía de amplia distribución en una red de relaciones, de cuyo entronque y constreñimiento brotan otras formas de subversión del poder hegemónico, un poder que puede estar volcado a la autorreferenciación y que requiere una redistribución dialógica, a fin de producir nuevos efectos sociales que impacten las relaciones entre personas, grupos y comunidades (Adams, 2007). En este tenor, el poder es pues toda energía que logra ser distribuida en una red humana de relaciones con sentido, aspecto que constituye la propuesta de la termodinámica social, y que concibe la sociedad como un sistema energético termodinámico que disipa energía para producir trabajo (Adams, 1998, 2007; Tyrtania, 1993). Así las cosas, la complejidad del poder se encuentra vinculada a la improbabilidad de la actividad humana, es decir, su no linealidad, irreversibilidad y tendencia reorganizacional, o sea, en el aprovechamiento del caos-creador y la creatividad multitransformadora que emerge cuando los pueblos se empoderan de sus luchas, y resisten colectivamente ante el abuso de poder y la represión sociopolítica (Calveiro, 2008; Villa & Insuasty, 2016; Zibechi, 2015).
Para Foucault (1985), el poder debe ser comprendido en el cuestionamiento acerca de las relaciones, dominios, mecanismos e implicaciones, es decir a partir de las distintas extensiones interaccionales que el concepto de poder prescribe en los diversos escenarios de realidad (Ávila-Fuenmayor, 2007), tópico en el cual las relaciones familiares y comunitarias tienen una elevada influencia, en tanto de sus interacciones emerge la microfísica del poder, o sea, un poder capilar capaz de reticularse, escalar y abrirse espacio en otros campos de significaciones históricas. Según señala Foucault (2003), el poder conlleva un tipo de relación asimétricamente irregular, establecida en dos vías y con dos sujetos específicos: la dominación y la subordinación, y, el amo y el dominado. Dicha relación, suele ser implementada-manipulada por el amo o soberano para subyugar a otros, y constituye la base estratégica de reproducción de las relaciones de obediencia en una sociedad que en pos de dicho objetivo, construye dispositivos de control y tecnologías represivas, para reproducir, mantener y mediatizar su hegemonía. En este tenor, Foucault (2001) opina que las leyes fueron elaboradas por algunos con el fin de que fuesen impuestas a otros, de esta forma existe una especie de complicidad entre Estado y ley (sistema legislativo y judicial), en la cual los ilegalismos derivados de las prácticas represivas y de control se tornan legítimos, inclusive en la percepción de legitimidad y justicia de la mayoría.
Al respecto, James Scott (2000) señala que dominar-dominado o rico- pobre son roles que se constituyen en banderas sociales, o sea en columnas que cimientan la edificación ideológica que sostiene a una sociedad, lo que genera un equilibrio simbólico de poder, pues logra conservar la conducta de los antagonistas entre límites aceptables. De allí que “el objetivo implícito de estas ideologías que compiten no es convencer sino controlar; mejor dicho, pretenden controlar convenciendo. En la medida en que tienen éxito modelando el comportamiento, logran un objetivo de clase también” (Scott, 2000, p. 23). En esta línea de ideas, el poder se puede escenificar a favor de un régimen o de un dominador, pero también podría ser usado para intentar subvertir un poder oligarca, discriminatorio o cosificador (Balandier, 1994), especialmente, si dichas manifestaciones del poder entrañan dramas sociales que el contra-poder es decir, las acciones contra-hegemónicas, intenta subvertir (Turner, 1975), además de una participación movilizada y autonomía respecto al sentido de adherencia a movimientos de poder contra-estatales (Huntington, 1989). En este orden de ideas, el poder como poder social para Richard Adams (2007) está relacionado con el control ejercido a modo de decisión legítima respecto al entorno (social y natural), de allí que el poder social sea parte de los procesos que enlazan al hombre y al ambiente con su entorno sociopolítico.
Para Adams (2007) el poder se ejerce sobre un otro con voluntad de resistir o doblegarse, de allí que “sólo (sic) puede ejercerse poder cuando el objeto es capaz de decidir por sí mismo qué es lo que más le conviene” (p. 57). No obstante Varela (1986) indica que el poder se manifiesta a través de tres características primordiales: el poder puede ser asignado, es decir, otorgado por otros que lo instalan en una persona o colectivo a través de sus creencias y expectativas; el poder puede ser delegado, o sea encomendado para su ejecución cuando existen brechas o barreras que impiden que se ejecute directamente por los interesados; el poder puede ser independiente, o sea, autoejecutado, si la persona con fuertes influencias o legados generacionales de poder, lo impone bajo su lógica representativa a otros quienes señala de subordinados.
Para Varela (1984) el poder se revela siempre ante los más necesitados, cuando las estructuras políticas se ponen a su servicio, lo que demuestra la expansión energética del sistema, y trae como consecuencia: la concentración o centralización del poder a través de controles que limitan la participación comunitaria (Andrade, 2019, p. 79).
Si se parafrasea a Karl Marx (2000) y se acopla la idea de que no existe la dominación absoluta la cual fue desarrollada en su libro El capital, es posible argumentar que cada sistema vivo se resiste a esta sujeción y de dicho proceso surgen constreñimientos, retroacciones, emergencias y cambios necesarios para transformar las dinámicas y realizar ajustes, revoluciones posibles, retroacciones de aprendizaje sobre los sucesos históricos. Cabe anotar, que la cuestión del poder en Marx guarda relación con lo que está por fuera del sujeto, es decir bajo un escenario de dominación ideológica y material, que se impone a la voluntad, que traspasa las creencias y saberes, y que gira en torno a los intereses que orientan su ejercicio; desde esta lógica el poder es algo que sirve al amo, es decir a quien lo domina. Sin embargo, ¿cómo definir, en pocas palabras, la noción de poder entre individuos en una organización, cuando no todas las relaciones de poder son relaciones de interexclusión?, quizá la respuesta se puede desalinear de la manifestación del poder como ejercicio de la fuerza y de suyo, de la violencia. Con ello es posible albergar una mirada más relacional en la que el poder sea tejido de manera conjunta, lo que conlleva a que se descentre –se torne policéntrico– y que también pueda ser compartido y cocreado conjuntamente.
En contraste a la linealidad que impregnó de sesgos y reduccionismos las ciencias, la incertidumbre como principio acogió las variaciones y la pluralidad de posiciones respecto al poder, e integró dinámicamente todos aquellos productos-emergencias, procesos o condiciones que por su característica no lineal (no programáticas, indefinibles, paradojales) entraron en conflicto con los modelos funcionales lineales. Para Heisenberg (1976) la incertidumbre demostraba la relatividad de los fenómenos físicos, pero también, de los sucesos sociales. La organización en el marco del poder reúne caos y orden, pero es a la vez, desorganización en potencia, que a modo de palimpsesto reconstruye las interacciones, al tiempo que las desintegra y reintegra, lo que genera en dicho bucle aprendizajes, memoria, experiencias y resistencias. Con todo y lo expuesto, es dable señalar que toda organización genera poder, al tiempo que las estructuras que lo mantienen, reproducen y diversifican, de modo que la finalidad del poder es lograr movilizar latencias, potencialidades y resistencias emergentes de la actividad productora del sistema social, misma que opera en función de disipar energía y reactualizar los flujos de sentido respecto a lo político.
Dicho sea de paso, en la complejidad, el conocimiento –por ejemplo– se constituye en un poder, dado que el proceso de incorporación y cambio en los saberes configura un bucle de reorganización de las prácticas y discursos presente en todas las actividades humanas en que se genera conocimiento (Gascón & Cepeda, 2014). La relación entre saber y poder fue ampliamente estudiada por Foucault (1978, 1985) para quien existe una profunda relación entre el poder y el saber y, dado que ambos resultan inseparables, el poder se renueva en el saber porque constituye a la vez su valor intrínseco. Pero también es un poder que administra la vida, biopoder, que disciplina y constituye una microfísica, mientras el saber crea macrofísica; de allí que el saber archivo, ver y enunciar otorgue estabilidad al poder como cartografía y estrategia. El poder implica relación entre fuerzas que para Deleuze (1990), conllevan el poder de afectar y ser afectado (diagrama estratégico) y mientras, el saber se constituye en un arte, el poder se extiende como diagrama, diagrama de poder, a través de las sociedades disciplinarias, mismas que al complejizar sus relaciones, complejizan tanto el saber como las relaciones de poder.
Según Deleuze (2014), las relaciones de fuerza son inestables y en desequilibrio constante, noción que acoge la complejidad adscrita a su funcionamiento. Además, opina que el poder en Foucault es a la vez microfísica, estrategia y diagrama. Acorde a lo expuesto,
El poder dimensionado desde la complejidad, podría connotarse como el resultado relacional-emergente de la interrelación entre complejos mecanismos de control, resistencia, dominación, obediencia y emancipación, que forman parte de la realidad histórica, biopolítica y antroposocial de una cultura; en este tenor, el poder se connota como complejidad de la complejidad es decir a modo de hipercomplejidad (Andrade, 2017, 2018a)
El poder así descrito implica la planificación, ejecución y mantenimiento de acciones por parte de diversos actores sociales para obtenerlo, mantener su flujo, diversificar sus manifestaciones e impactos e implementarlo acorde con los objetivos perseguidos (Zaleznik, 1970), a la vez que conlleva la obtención de recursos y procedimientos para lograr fines estratégicos, y con ello reorganizar energéticamente el funcionamiento de un sistema social y político (Adams, 1978).
Tal como se ha expresado, el poder está presente en todas las estructuras vivientes, y en los seres humanos se halla particularmente vinculado a sus creaciones técnicas-organizacionales, de allí, que sea factible considerar que no solo referencia el ejercicio de una facultad o virtud destructiva sino también la potencialidad transformadora que bulle en toda organización. Así, aunque etimológicamente en su definición incurran elementos como fuerza para ejecutar una acción, capacidad de realizar algo y dominio y posesión sobre algo, la palabra poder involucra a la vez procesos de exclusión- inclusión y por tanto, puede ser reinterpretada como posibilidad de metramorfosis, en cuyo caso el poder reúne dos antagonismos complementarios: la posesión (propiedad de apropiación de una forma, relación o estado) y la liberación (capacidad de cambiar o modificar un estado). Esta doble connotación abre una nueva posibilidad de comprender dialógicamente el poder, no solo como ejercicio intencional de la fuerza, sino también a modo de propiedad de movilización de fuerzas caóticas, emergentes, disipativas, constitutivas, organizacionales que bullen antes, durante y después de la organización del sistema a partir de desplazamientos violentos de energía (Andrade, 2018a).
Cabe mencionar también que una reflexión del poder desde la complejidad debe incluirlo como aspiración ética en tanto control, medios, fines y límites (Zizek, 2009), aspectos que no pueden dejar de lado el plano estético y moral de la convivencia humana y las relaciones con la diversidad de especies y ecosistemas (Léna & Issberner, 2018). Lo anterior quiere decir que una aproximación al concepto de poder invita a incluir la antropoética o ética del género humano como autoética y ética generalizada globalizada, que implique la interiorización, aprendizaje, elección, enseñanza de comportamientos responsables, teleológicos-protectores, de cooperación-conservación, reconocimiento, respeto, legitimidad y comprensión de la condición humana y de la vida de las otras especies, lo cual va en contra del abuso de poder como legitimidad de la crueldad del mundo (Morin, 2006, 2007). La antropoética compleja invita a globalizar el poder de ejercer elecciones enfocadas en la conservación de la vida, el planeta y el cosmos, aspiración que emerge con la conciencia individual-colectiva de considerarse a sí mismo como sistema viviente integrado a otros sistemas en interdependencia y a la vez, en dependencia natural con estos (Corral-Verdugo, 2001; Léna & Issberner, 2018).
Así las cosas, el poder puede implementarse para construir mejores sociedades humanas con la incorporación, en palabras de Morin (1999), de siete saberes novedosos: la superación de las cegueras del conocimiento, el acogimiento de los principios de un conocimiento pertinente, la enseñanza de la condición humana, la enseñanza de la identidad terrenal, el enfrentamiento de las incertidumbres, la enseñanza de la comprensión, y la enseñanza de la ética del género humano. Ergo, en toda lógica del poder se requiere una posición antropoética, de modo que su ejercicio se supedite a una regulación necesaria para el mantenimiento de la convivencia planetaria (Morin, 2007). Justamente, como sistema de relaciones emergentes de las triadas individuo-sociedad-especie, signo-síntoma-padecimiento, familia-comunidad- país, territorio-aldea global-universo, inclusión-exclusión-liberación, etc., interpretar relacionalmente el poder resulta relevante para comprender de forma dialógica la responsabilidad de la humanidad respecto a sus decisiones políticas (Bono, 2004). Para Carlos Delgado (2007, 2010) la era actual presenta una revolución inadvertida, la revolución del hombre y del poder, que versa sobre sus posibilidades de trascender en un mundo que consume y destruye, acciones que llevadas al extremo pueden dirigir la especie humana a su autodestrucción.
Por ello, la aspiración al cambio en la lógica del poder invita al hombre a recuperar su papel activo de observador-conceptuador-transformador de la realidad, a través de una revolución del pensamiento que lo incluya como garante de la modificación de las interacciones que entabla con otras especies; el manejo del poder en torno a sus decisiones; la conservación de la naturaleza de la cual es parte; además, de la responsabilidad bioética con sus creaciones culturales, epistemológicas, científicas y tecnológicas, entre otros elementos que brotan de su ingenio y que, tal como lo expresa Morin (1996, 2000), contienen un poder constructivo, a la vez que una propensión destructiva, razón por la cual es menester de la humanidad aproximarse gradualmente al alcance y sentido del poder en tanto conocimiento, praxis y red de expansión. Por tanto, se reconoce que el poder emerge de todas las interacciones, pero es un poder teleológico que requiere controles y regulaciones, al tiempo que acuerdos para ser comprendido a partir de su función transformadora, lo cual opera garantía de mejores condiciones de vida para los pueblos y las especies (Andrade, 2016, 2018b).
El poder emerge de este proceso torbellinezco y no-lineal, sugiriendo con ello el encuentro, movilización y anidamiento entre recursos, procesos, estructuras, medios y relaciones dirigidos a fines específicos, lo cual sucede tanto en los poderes ciliares o capilares dables a nivel del encuentro e intercambio familiar o social, como en la manifestación del poder represivo o ideológico en la esfera institucional y estatal. Lo anterior requiere que la organización genere precipitaciones de sus relaciones y teleologías, además de frecuentes retroacciones de los sentidos dados a dichas relaciones, mismos que a modo de bucles propician la emergencia de nuevos flujos de sentidos, acciones e interpretaciones en cuyo seno se desplazan contenidos, intensiones, disciplinamientos, elasticidades, constreñimientos y experiencias que caracterizan a dichas relaciones.
De suyo, respecto al poder, el buclaje implica el reingreso de lo emergente- producido (ideologías, adoctrinamientos, represión, elecciones, etc), en los flujos de relaciones que propiciaron dichos emergentes. En consecuencia, pensar en complejidad es pensar en relaciones (Morin, 1977), es decir, en reticularidades que posibilitan nuevas miradas a los problemas investigados integrando la multiplicidad de posibilidades que la incertidumbre permite (Touraine, 1997). Ergo, una mirada compleja al poder invita a desorganizar jerarquías, abandonando las zonas de confort interpretativas que los saberes y nociones insulares otorgan a dicho fenómeno.
En la lógica del poder se producen avances y retrocesos, es decir reingresos de las experiencias, decisiones e interpretaciones en aquello que les dio origen, lo que forma a partir de dichas retroacciones, nuevos elementos, procesos y funcionamientos que reorganizan las relaciones de poder y las actualizan en función del contexto. En este sentido, una mirada compleja al poder puede ayudar a comprender de forma más amplia las lógicas que dan forma a sus diferentes sentidos y operatividades, para lo que se debe tener en cuenta aspectos como el antagonismo-complementario; la actitud dialógica; el tercero incluido; el buclaje entre experiencias, decisiones, interpretaciones; y los aportes de la antropoética del género humano, escenarios donde la teoría de la complejidad tiene amplios desarrollos y apuestas. Del buclaje pueden brotar diversas manifestaciones del poder, orientadas hacia la transformación activa de las vinculaciones e intereses de personas y grupos, resistencias, aprendizajes resilientes, organizaciones a modo de frentes de lucha, las cuales remodifican con su praxis el funcionamiento homeostático de los sistemas sociopolíticos, en cuyo caso abren paso, por ejemplo, a relevos generacionales, la inclusión de lo divergente, la mejora en la creatividad y participación social, nuevas formas de resistencias, las luchas contra las hegemonías, violencias y resistencias no lineales, etc. (Andrade, 2013).
Desde el punto de vista sociopolítico, en dichas relaciones de buclaje transformador, el poder gravita como potencialidad y empuje vital, es decir, a modo de holón –caos creador–, por lo que propicia la metamorfosis potencial y la transformación en marcha de los sistemas. Así, el poder no solo genera el empuje para la acción, sino que constituye la acción en sí misma y la transformación en potencia, dado que otorga fuerza y trabajo a los procesos implementados para remodificar la quietud monolítica y heteronómica de los totalitarismos. Por ello, en función del plano en el que se incluya esta posibilidad comprensiva (social, político, religioso, familiar, individual, comunitario, colectivo, etc.,) la transformación social se presenta como una oportunidad de autoactualización de experiencias, saberes, imaginarios, y aprendizajes (Andrade et al., 2019). El poder puede (de)construir la simplicidad, incluyendo sus límites, al logar superar las limitaciones que circunscribe, es decir, a través de un proceso dialógico donde el tercero excluido, resistencia, diálogo, participación, elección, se convierte en incluido, es decir en voz y voto, búsqueda de acuerdos, negociación, equidad, justicia, lo que resulta relevante para la integración y superación de antagonismos históricos destructivos.
En las ideas generales-colectivas sobre el poder prevalece la noción de terror, imposición y coerción, no obstante, el poder puede ser comprendido más allá de la interpretación global, la cual suele girar en torno a las experiencias colectivas –predominantemente marcadas de exclusión y abusos políticos–. Dicha posibilidad ubica al poder en tanto red de relaciones en expansión, capaz de propiciar la emergencia de resistencias, aprendizajes y memorias, que actuarían a modo de dispositivos de transformación social- colectivos, y, de cuya vertiente emerge la imprevisibilidad de lo humano, además de dimensiones antropoéticas importantes para la comprensión, límites y manejo articulado de las relaciones de poder. Así, el poder es energía, materia y a la vez información que, a partir de nodos de concentración de relaciones, se redistribuye en el colectivo social, por lo que se torna nocivo cuando se concentra en un grupo o colectivo específico. En consecuencia, la expansión determina la operatividad de los sistemas y los transforma dinámicamente, lo que resulta inevitable en tanto toda red de expansión constituye nuevas redes de relaciones anidadas.
Cabe precisar que de la discusión sobre el poder emergen múltiples derivas y trayectorias, algunas de las cuales son: su contingencia, propagación e instrumentalización, al tiempo que, aspectos como su lógica no lineal, la dimensión antropoética y paradigmática, y el isomorfismo inter y transdisciplinar que su estudio involucra.
Aunque el poder no es un tema que constituya un aspecto central de la teoría de la complejidad, existe una posición antropoética al respecto, en la que Edgar Morin (1995) afirma que los abusos de poder y todos los excesos sobre la humanidad han devenido en una anulación de la capacidad reproductiva de los ecosistemas, al tiempo que han generado una crisis global en la que por primera vez se cuenta con la certeza de que la humanidad puede destruirse a sí misma rápidamente. Desde una mirada compleja, el poder requiere una comprensión amplia que acoja el diálogo de saberes, al tiempo que una actitud transdisciplinar, que integre-reticule, sus diversos modos de manifestación y ejercicio. Así, en tanto el poder es a la vez saber, manipulación, información, energía, novedad, clausuras, trabajo, ideología, dinámicas, coacciones, liberaciones, insumos, productos, manipulación, emergencias, etc., se constituye en fuente emergente de nuevos sentidos y formas de organización compleja, en los cuales las relaciones de poder presentan una multidimensionalidad que resulta integral-integrada a su lógica interpretativa y a los diferentes escenarios donde el poder se escenifica.
Desde la complejidad, el saber se relaciona con la educación, al constituir un poder per se, sostenido sobre la antropoética que emerge de la relación individuo-sociedad-especie, aspecto que, en el plano de la democracia, tiene la potencialidad de convocar la ciudadanía terrestre cooperativa, solidaria, empática, hospitalaria, comprensiva, más que insularidades continentales individualistas, consumistas, lineales, heteronómicas. Dicha ética debe fomentar el poder para desarrollar el cúmulo de autonomías individuales y, al tiempo, integrar dimensiones globales de la actividad comunitaria; además de estimular la conciencia colectiva de pertenencia a la especie humana, lo que redunda en la legitimidad del otro y evita el vacío existencial de sentido, que suele ser llenado en gran medida en la época actual, a través del consumismo, las adicciones y los anhelos totalitaristas. Conviene anotar que en la relación poder-complejidad, ser humano-sociedad constituyen integrativamente sistemas hipercomplejos, entramados por incertidumbres, aleas, retroacciones, inter-retro-acciones, buclajes y demás interacciones torbellinezcas, que de forma reticulada permiten a la vez, emergencias novedosas de las morfogenias del poder (resistencias, represiones, protestas, innovaciones, ideologías, proyectos políticos, sentidos, percepciones, etc.) conjuntamente a la triada voluntad, necesidad y consentimiento, que da forma a la esfera personal y social de las relaciones de poder (Ricoeur, 1998).
Cabe anotar que antes que la linealidad operativa de la descripción y la jerarquización de la experiencia (Nicolescu, 1996), el poder desde una mirada compleja invita a reconsiderar la forma como se ejercen y llevan a cabo las transformaciones sociopolíticas, y también de conocer la forma en que el poder logra ser enseñado, comprendido e implementado por la mayoría de los ciudadanos, en aras de hacerse cargo de las dediciones tomadas y en pos de una mayor participación en los procesos requeridos para llevar a cabo las transformaciones sociales. Con todo y lo expuesto, se hace imperativo resignificar el sentido destructivo referente al poder, lo que implica generar una conciencia reticulada de sus beneficios y capacidades transformadoras, capaz de expandirse desde la microfísica de las relaciones sociales, hasta la macrofísica de las interacciones sociopolíticas y sus derivas-trayectorias. Es preciso subvertir la noción de subyugación, de poder como atributo del soberano y sus instituciones, es decir, de poder centralizado en el amo que avasalla y el oprimido que se somete. El poder como complejidad debe acoger la incertidumbre como impulso de cambio, sostenido sobre la regulación antropoética que resiste la crueldad y responde con propuestas innovadoras como sociedad reticulada, un poder que deja de ser escenificado para el consumo masivo porque devuelve la condición de sujeto a las personas y restituye sus vínculos y capacidades volitivas.
* Este artículo forma parte de los productos comprometidos para optar al título de doctor en Pensamiento Complejo de Multiversidad Mundo Real Edgar Morin (Hermosillo, México) y se constituye en un derivado de la tesis de doctorado titulada Comprensión antropoética del enfermo y la enfermedad mental: una aproximación desde la complejidad.
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